domingo, 30 de marzo de 2008

Chocolate de pasas rojas: nuevas sensaciones






La semana había pasado por fin. El quinto día les había cogido por sorpresa, tras una semana demasiado fugaz. Sin demasiados deberes -algo inusual últimamente- los chicos y chicas de las distintas Casas se dirigían a sus Zonas Comunes para descargar sus utensilios de clases y empezar a disfrutar el viernes.

Desde la ventana del dormitorio de la torre de los Linces el claro del bosque se llenaba de más y más alumnos que disfrutaban del aire fresco de la tarde sentados en la hierba, leyendo a la sombra de los árboles o charlando y riendo con amigos.


-¿Qué os apetece hacer? -preguntó Gabriela dejando su mochila junto con un par de plumas encima de la cama.
-Podríamos ir al pueblo y....
-¿Estás loca Ale? No podemos salir del castillo hoy. No nos han dado permiso y...
-¡Menuda idea! Yo me apunto, mataría por algo de chocolate.... -babeando, Carla imaginaba un trozo de chocolate de Ruleta Piruleta fundiéndose en su boca mientras cerraba los ojos imaginando su sabor -No se hable más, yo voy a Sanchotello con o sin vosotras.
-A saber que se te ha ocurrido.... -Alejandra tenía una sonrisa muy poco decente.
-¡Serás petarda! Nada de lo que estás pensando seguro.
-Pss... ¡como si tu supieras lo que estoy pensando! Que yo sepa, no eres tan buena en Adivinación -y dos miradas se clavaron en Gabriela.
-A mi no me metais en esto, yo paso -y fue a coger su capa de invisibilidad -bueno qué ¿nos vamos?
-Para que veas. Y ella es la responsable ¿qué te parece?
-Me parece bien ¡A la mierda las reglas por una vez! -y Carla cogió su capa también.
-¡Qué remedio...! Pero que conste que yo no quería... -Alejandra hizo lo mismo.
-Si claro.... tu no querías... já-já.


Gabriela bromeaba con Alejandra mientras las tres bajaban las largas escaleras hasta la entrada del Castillo, ahora con las puertas abiertas. Gracias a Melisana, el frío de principio de semana había desaparecido casi por completo, dando a los alumnos una pequeña tragua antes de la llegada definitiva del invierno. Y fue al cruzar la puerta de entrada cuando se dieron cuenta de eso. Hacía un calor insoportable, y eso que ya eran las seis menos veinte de la tarde. Alejandra se remango la camisa bajo un resoplido, más colorada que el fuego de la chimenea del Salón en pleno invierno.


-Tampoco hace tanta calor, leches. Anda, bájate eso o te resfriarás. Y poneos de una vez las capas, o alguien acabará por vernos.


Las tres se pusieron las capas, y con Gabriela al frente, las chicas enfilaron el solitario camino de ida a Sanchotello, donde les esperaban la gran tienda de golosinas o la de bromas... Cinco Torres Magicales era la mejor tienda para muchos en Salmanfortis -sobre todo para algún que otro Lobo- en la que podían encontrar los más raros artilugios para acabar con el aburrimiento del más pesado lunes. Pero ellas no iban a Sanchotello por los artículos de broma. No. Iban por las chucherías.

Alejandra era una apasionada de los dulces multisabores, Gabriela adoraba las lagartijas de miel con limón y a Carla le chiflaba el chocolate. "De mil sabores, de mil colores" anunciaban en el escaparate.

Bajo la capa de invisibilidad se relamía mientras lo leía pasándose la lengua por los labios, pero antes debían ir a algún rincón para quitarse las capas, sería demasiado raro que aparecieran de la nada en medio de la calle repleta de gente que iba y venía comprando todo tipo de artilugios mágicos.
-Aquí chicas, por aquí -les indicó Gabriela que había divisado un callejón poco iluminado perfecto para deshacerse de las capas que las cubrían.
Y las dos la siguieron hasta él. Miraron a todos lados antes de quitárselas por fin. Las doblaron y las guardaron dentro de los bolsos.


-Listo. ¡Ahora a por las Lagartijas!
-Mejor a por los Dulces...
-No.... a por el chocolate.....
-¡Vamos! -las tres al mismo tiempo.


Se encaminaron hacia Ruleta Piruleta con paso firme y decidido, con dulces, lagartijas y chocolates en sus mentes, mientras la boca se les hacía agua.

Al doblar la esquina del solitario callejón, una gran piruleta morada con manchas amarillas les dió la bienvenida. Se veía desde todos los puntos de la calle, y sin saber por qué invitaba a lamerla sin parar hasta acabársela por completo -cosa difícil dado su gran tamaño- bajo el riesgo de una gran indigestión. Sin apartar la mirada de ella, las tres chicas llegaron hasta la tienda. El escaparate era un imán para todas las miradas... un sin fin de chucherías se repartían a lo largo de todo el cristal: pasteles, dulces, lagartijas, chocolates... de todos los colores y sabores que se pudieran imaginar.... Fue Gabriela la que empujó la gran puerta de madera de cedro y la primera en entrar, seguida por Alejandra y Carla.

Las chicas se repartieron por la tienda en busca de lo que habían venido a comprar. Chocolate... Solo media docena de alumnos habían parecido tener la misma idea que ellas -sin duda, saltándose las reglas, como ellas- y venir a la mejor tienda de chucherías mágicas de toda España. Algunos preguntaban por unas ranas de chocolate que habían probado en Inglaterra cuando habían ido de vacaciones con sus familias, y que al parecer se estaban haciendo muy famosas.


-Si, claro... están recién traídas. Sígame por favor...


La dependienta era una chica alta, con el pelo morado y con un aspecto jovial que la hacía parecer mucho más joven que los alumnos que le preguntaban por los nuevos productos. Pero con seguridad tendría muchos más años que ellos.

De repente, le pareció ver a alguien conocido de reojo. El primer impulso fue esconderse detrás de una estantería en la que se exponían cien variedades de trufas albinadas.
Primero el corazón. A mil. Segundo la garganta. Seca. Tercero el estómago. Que parecía bailar claqué. ¡Santo Dios! ¿Qué cojones hace él aquí?








-¡Rodri, paso de esto! ¡¡Quiero ir a Cinco Torres Magicales!! Esto es una pérdida de tiempo...
-Ni hablar, de aquí no me muevo sin una tableta de chocolate con pasas rojas. ¿Sabes que dicen que tiene sabor a cerezas salvajes?
-Psss... ¡ya ves! A mi no me gustan los chocolates, así que paso del tema...



Carla fue rodeando la estantería a medida que los chicos iban recorriendo el expositor de chocolates. Se había olvidado que era por los chocolates por lo que había venido. ¿Qué importaba? Ahora el centro de atención de la tienda lo acaparaba Rodrigo.
Alejandra se acercó por detrás de ella.



-Tía ¿por qué no le dices algo?
La espía dió un pequeño respingo y la miró.
-Joder, eres tú... ¡que susto!
-Ya. Esperabas que fuera Rodrigo.... -se aclaró la voz y puso voz cómica -mi amor, vengo a buscarte en mi caballo blanco, mataré el dragón y seremos felices para siempre... jajajaja.
-Eres gilipollas ¿lo sabías?
-Erm.... no. Eso es nuevo -y sacándole la lengua se dirigió hacia la estantería donde estaban las lagartijas, todas metidas en diferentes botes de colores, moviéndose de un lado para otro mientras agitaban sus colas.



Carla intentó buscar a Rodrigo, pero no lo veía. Era evidente que ya se había ido de allí. Seguramente con su tableta de chocolate de pasas rojas. Instintivamente se dirigió hacia la estantería de los chocolates y cogió dos tabletas: una de chocolate blanco con galleta suiza de miel y otra de chocolate con pasas rojas. Quiero saber cómo sabe tu boca cuando lo comes...



-¿Estáis listas?
-Yo ya tengo mi ración de dulces.
-Y yo la mia de lagartijas...
-Perfecto, vámonos entonces.



Y tras pagar, volvieron al callejón, ahora más oscuro que antes, y se pusieron sus capas para volver a Salmanfortis.


El camino fue corto. Mucho más que la ida. A saber por qué, pero lo fue. Quizá por las ganas de llegar al dormitorio y probar ese nuevo chocolate en el que nunca había reparado antes de que Rodrigo lo nombrara. A solas en su cama. Con las cortinas del dosel bien cerradas para deleitarse con su sabor. El sabor que tendrían los labios de Rodrigo quizá al igual que ella, esa misma noche.
Fue la más rápida en ponerse el pijama. Y ya notaba su cama caliente cuando Gabriela y Alejandra se metieron en las suyas. Echó las cortinas bajo el pretexto de que le dolía la cabeza. Sus amigas no preguntaron más.


Dobló la almohada para estar más recta y suspiró. Cogió la tableta de chocolate de pasas rojas y la abrió lentamente. Dios... ese olor era delicioso... lo aspiró más de cien veces antes de decidirse. Deslizaba suavemente sus dedos sobre las pastillas de chocolate, sitiendo las imperceptibles protuberancias de las pasas, y por fin se decidió. Rompió una y con deliberada lentitud se la metió en la boca. Joder.... sabe... a.... cerezas... pero diferentes, pasas, naranja... miel y sobre todo... sobre TODO a chocolate, el más puro y dulce de todos. Lo sugaba, mientras se desacía en su lengua extasiada de todos esos sabores en uno solo. Era algo fascinante....



-Así sabes hoy, Rodrigo....

sábado, 8 de marzo de 2008

Conversaciones a media voz





Cuanto más corría, más se encogían sus pulmones ¿por qué no habré traído la escoba? que gilipollas pero era importante mandar de una vez esa carta.
Llegó a la lechucería sin poder respirar, y tuvo que agarrarse al borde del arco de entrada para no caer al suelo mientras se sujetaba el pecho del que el corazón quería salir. Este tema era demasiado delicado y ya había tenido bastante. Poco a poco fue recobrando el aliento y se dirigió a la lechuza más cercana alejandose del lugar donde había descansado, le ató la carta a una parda con ojos verdes y le indicó el lugar de destino "A la Mansión Doria". En ese instante, la lechuza alzó el vuelo y salió por un hueco del gran ventanal de la lechucería situada más allá del pequeño lago que envolvía la parte de atrás del Castillo. Aún no estaba segura de lo que debía hacer, pero eso estaba claro, debía detenerlo a toda costa. La lechuza se perdió en el horizonte, y decidió volver al Salón para desayunar de una buena vez.



Volvía a ser lunes. Y como cada primer día de la semana desde que llegaron, a Carla le costaba levantarse, a Gabriela le costaba dejar de pensar que llegarían tarde y a Alejandra le costaba meterse en la ducha a primera hora. Era increíble que aún no se hubieran acostumbrado a levantarse temprano... el problema es que aún recordaban los días de verano, en los que las tres podían levantarse a la hora que quisieran -eso sí, después tenían que ayudar en casa, repasar hechizos, o simplemente ir a pasar el tiempo libre que por entonces les sobraba-. Ahora lo que faltaba era tiempo. Les daba la impresión que tendrían que aprender a alargar los días mediante hechizos, porque los giratiempos eran escasos y caros, muy caros, demasiado para ellas.
Y para colmo, el frío se había instalado en las paredes de Salmanfortis como uno de esos Lapodem que siempre se pegan en los cristales de los enormes tanques de agua de las salas de estudio de Criaturas Mágicas acuáticas.


-No pue... e... do ni.... ha... a... blar.... -les dijo Carla a las chicas mientras tiritaba como si estuviera en el Polo Norte -el.... frío.... no... aguanto... el frío....
-Ni yo, odio este frío que no te deja ni pensar -Alejandra estaba tapada hasta las cejas con una enorme bufanda amarilla.
-No es para tanto chicas. Yo lo que no aguanto es el calor. Además, dentro de nada estaremos en el Salón al lado de la chimenea.


A Carla y Alejandra se les iluminó la cara solo de pensar en el calor que desprendía la gran chimenea de piedra situada frente a las cinco mesas de las Casas, mientras aligeraban el paso por los pasillos y escaleras bajándolas en dirección al Salón.
En las escaleras del tercer piso se cruzaron con Julia, que también se dirigía hacia el Salón. Ninguna de las tres tuvo la más mínima intención de saludarla, pero ella les dirigió una sonrisa y les soltó un Hola cargado de sarcasmo, que Carla intentó obviar por razones más que evidentes. La entrada estaba más que concurrida. Al parecer todos los alumnos habían notado el drástico cambio de temperatura y todos se arremolinaban ante la gran puerta ahora cerrada ¡gracias a Merlín! y se dirigían a desayunar.


-¡¡Hay que tener cara!! ¿Cómo se atreve a dirigirte la palabra?
-¡¡¡Es... es.... una sinvergüenza!!!!
-Tranquilas chicas... sé lo que hizo. Pero al fin y al cabo, ella no sabía que a mi me.... gustaba Rodrigo ¿no? -les soltó Carla, que parecía estar más tranquila de lo normal, demasiado -y bueno... él fue el que no le dijo nada de mi. Por algo será. Además ¡no me importa!


Mentira. Claro que me importa, pero ¿qué puedo hacer? Na-da.

Por un momento recordó el lago, la luna, el cielo salpicado por un sin fin de estrellas que temblaban, tanto como ella cuando los dedos de Rodrigo rozaron su piel.... Un suspiro eterno pareció apoderarse de sus pensamientos, su mente y su alma.


-¡Que la jodan Carla!
-Ale, esa boca -Gabriela le dió un empujoncito mientras sonreía. Ella también pensaba exactamente eso.
-Paso de ellos.... Vamos a desayunar.


Y las tres entraron en el Salón y se sentaron a la mesa de los Linces, como no, al lado de Ángel y el resto de jugadores del equipo de quidditch.


-Ya estamos todos -soltó Gabriela -Y yo que soy ¿la recogequaffles?
-No estaría mal Gabi ¿te apuntas?
-Ni hablar Ángel. Antes me quedo con el profe de vuelo que con vosotros en un entrenamiento.
-¡Que drástica! Tampoco soy tan exigente... Además, así estarías con tus amiguitas -y soltó una mirada hacia Carla y Alejandra en la que se veía una sonrisa.
-Preferiría enfrentarse a uno de esos Cíclopes antes que formar parte del equipo ¿verdad Gabi?
-Ala.... ¡Que bestia! Tampoco es para tanto... solo que no se me da bien el quidditch -le dijo a Alejandra encogiéndose de hombros.
-Eso es una forma demasiado diplomática para decir que no te gusta el quiditch ¿a que si?
-Ángel. Come y calla.


Y tras unas risas, los chicos tomaron el primer desayuno de la semana antes de empezar las clases. Alquimia, Pociones, Adivinación y cómo no, más deberes.



-¡Odio Alquimia! Es lo peor de este colegio, ¡lo peor! -Julia lo gritaba a los cuatro vientos tras salir de clase antes del almuerzo.
-Yo también... es horrible.
-¡Pero si a ti se te da genial! Aunque, mucho peor que hacerme sentir bien.
-Tú eres la que me hace sentir bien a mi. Y... quiero.... estar contigo todo el... tiempo -miraba hacia abajo mientras lo susurraba.
-Y yo contigo, Tomás... pero
-Lo sé. Aunque no entiendo por qué no lo dejas si con quien realmente quieres estar es conmigo -le cortó.


Y la verdad era que ni ella misma lo sabía. No sabía por qué estaba con él, por qué no le dejaba y volvía con Tomás. Se lo preguntaba cada noche, a solas en su cama cuando se metía bajo las mantas para que nadie la viera llorar. Estaba confusa, mucho. Demasiado. Al fin y al cabo ¿le gustaba Rodrigo realmente? ¿O fue aquella revelación la que le hizo dar el paso para aceptarle? Eso tuvo que ver, está claro. Pero no estaba segura. Debía comprobar que era cierto todo eso y qué había de verdad bajo las palabras de Alora.
Dejó a Tomás con un escueto lo siento y siguió hacia el Salón para almorzar. Esta vez se sentó lejos de Tomás, no quería que Rodrigo empezara a sospechar de él y de algún modo descubriera que estaban juntos, que se acostaban. Eso echaría por los suelos todos sus planes, todas sus averiguaciones.


Después de almorzar, los Delfines tenían clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Y de nuevo fue Andrés el que dejó boquiabierto al profesor tras ser el primero en conseguir quitarle una Maldición Preloda a un ratoncito blanco al que le habían salido unos colmillos enormes que hacían que el pobre animal no deseara otra cosa que no fuera obtener un poco de sangre de donde fuera -y resultó ser Eliana, una compañera de Casa su primer objetivo-.



-¡Cincuenta puntos para los Delfines! Bien hecho muchacho, es uno de las contra maldiciones más difíciles que se enseñan en Salmanfortis. Deberíais aprender de él. ¡Bien hecho, bien hecho!
-Gracias profesor.


El chico abrumado ante las palabras del profesor, volvió a su mesa y se sentó junto a su compañero.


-¡El siguiente! ¿Quién se atreve con una Instantánea?


Sin duda él. Pero había sido demasiado por un día. No quería parecer prepotente delante de sus compañeros... ya había algunos que no le tragaban a causa de sus perfectos hechizos y eficaces pociones -aunque no fuera una de sus asignaturas favoritas-. Al final salió Narima, que decidió intentarlo.
Pero no salió bien. Y Andrés sabía que lo habría hecho bien. Pero no importaba, tendría más oportunidades de demostrarse a si mismo de lo que era capaz en la siguiente clase. El resto del curso. Toda su vida.



Después de clase, Joel fue a la biblioteca para terminar los deberes de Pociones. Demasiados nervios contenidos en la Zona Común de los Lobos, porque se acercaba el primer partido de quidditch. Y aunque eso estaba bien, entusiasmarse ante la inminente lucha, lo que no soportaba eran los constantes gritos de los jugadores del equipo aireando a los cuatro vientos que vencerían, que eran los mejores y que les meterían las quaffles hasta por el culo.

Patético.
Así no se podía concentrar en las propiedades de la madreselva y el rúculo. Entró en la biblioteca decidido a terminar todo lo que debía tener para el día después, así que eligió la mesa más alejada de la puerta para evitar distracciones.
Jo-der. Ocupada. Pero no se dió cuenta de quién era hasta que el chico levantó la cabeza de sus deberes y clavó la mirada en sus ojos mientras sonreía. Sabía quién era. Un Lince en el que se había fijado más de una vez -para qué engañarse- porque estaba verdaderamente apetecible. Y aunque quería salir de allí corriendo, sus piernas le dirigieron inconscientemente hasta él. Dejó pergaminos, libros y pluma encima de la mesa donde estaba sentado el chico.

-Hola -susurró -¿Transformaciones?
-Pociones más bien...
-¡Ah! Acabo de soltar el libro del que he cogido la información sobre el rúculo. Esta en ese estante de ahí -señaló a uno que tenía a su espalda.
-Empezaré por el rúculo entonces -y tras coger un gran libro verde con la textura del césped del que salían pequeños brotes morados, se sentó al lado del Lince para empezar su redacción de un metro y medio sobre las propiedades de los ingredientes de la Poción Multiusos.

Toda la tarde en la biblioteca pasó factura. Fue un día agotador. Tras hacer los deberes, Joel como el resto de alumnos después de cenar, se dirigieron a sus Zonas Comunes para descansar, terminar los deberes, o simplemente dormir. A las doce el Castillo ya estaba sumido en el más absoluto silencio. Solo los Encargados de las diferentes Casas rondaban los pasillos para cumplir con sus rondas. Deseando también acabarlas para descansar en sus camas que se prometían calientes al abrigo de las nuevas mantas repartidas por los elfos que cuidaban del más mínimo detalle. El frío se estaba haciendo notar antes de lo esperado, helando hasta el más recóndito rincón de Salmanfortis.