viernes, 26 de diciembre de 2008

Planes Ocultos



-¡Me… haces daño! –gruñó más molesta por la situación que por el hecho de que él le estuviera sujetando los brazos, ahora con menos fuerza.

Tomás lo pensó por un momento –en el que sus sentidos lograron hacerle concentrarse, solo un segundo- y decidió soltarla. Era mejor tener a esa hermosa criatura de su parte. Jamás se había dado cuenta de su belleza hasta que la tuvo tan cerca. Peligroso.

-Lo siento, no sé que estaba pensando. Bueno sí, ese es el problema, que ahora sé en qué estaba pensando.
-¿Ah, sí? Ilústrame… -contestó ella frotándose los brazos amoratados.
-¿No te das cuenta? Pues es muy fácil…
-Sin rodeos, ¿a qué te refieres?
-Vamos a ver… Carla, ¿no? Ajá. A ti te interesa Rodrigo, ¿verdad?
-Rodrigo… no sé de qué…
-No disimules, no hace falta. Sé que estás enamorada de él. Y tú ya sabes que a mí me pasa lo mismo con Julia.
-¿En qué estás pensando?
-Simple. Debemos unirnos para que ellos acaben con esa estúpida relación que no tiene ni pies ni cabeza. Yo sé que ella me quiere a mí… lo que no puedo entender….
-¿…Es el por qué está con Rodrigo?
-¡Exacto! Creo que es una obsesión o algo así. Me dijo… y que esto no salga de aquí o me matará, que no podía dejarle. Algo o alguien le está obligando a comportarse así.
-La verdad es que ninguno de los dos parece feliz. Y es precisamente eso lo que no puedo soportar, que Rodrigo sea desdichado, sea con quien sea.
-…Y aquí es donde entramos nosotros –le sugirió él.
-¿Nosotros?
-Eso es. Debemos hacerles creer que tú y yo estamos… juntos. Es la única manera que se me ocurre para que los celos jueguen a nuestro favor. Si de verdad se lo creen, y no será nada fácil, ambos terminarán con esa farsa. Y entonces los dos tendremos lo que queremos: tú a ese imbécil y yo a Julia.
-¡Oye! Cuidado con lo que dices. Aunque en el resto tienes razón. Es la única manera de hacer que se den cuenta del error que comenten al estar juntos. A ver, ¿cuál es el primer paso?
-Podríamos empezar con nuestro plan en el baile ¿qué te parece?
-No pensaba ir.
-¡Claro que irás! Iremos juntos –dijo Tomás con una sonrisa de oreja a oreja nada lícita.
-¿Juntos? ¿¿Tú y yo?? –respondió ella con la boca abierta.
-Ni más, ni menos. Me enviarás tu lechuza esta misma tarde, que llegue al Salón justamente a la hora de la merienda. Debemos asegurarnos que tanto Rodrigo como Julia ven que elijo tu invitación, ¿entiendes? Es muy importante.
-Entiendo… pero….
-Nada de “peros” . Esta tarde, a la hora de la merienda.

Después de mirar hacia ambos lados, Tomás se escabulló por el pasillo girando en la esquina para perderse de vista. Carla hizo lo mismo: miró cada rincón y cada puerta cerrada antes de irse corriendo hacia la Zona Común de los Linces dispuesta a contarles todo a sus amigas.



De vez en cuando pensaba en su maldita inseguridad. Le apenaba no ser lo suficientemente valiente como para hacer lo que realmente deseaba. A menudo soñaba con ser como los demás chicos, pero eso no sucedería jamás. Él era diferente. Nunca en su vida había deseado estar con ninguna chica y no le parecía extraño: le gustaban los chicos ¿Qué había de extraño en eso? Había pasado por situaciones incómodas antes de aceptar lo que ahora era su realidad… había tenido novias, claro, pero en ninguna de esas cortas relaciones había sentido nada por ellas. Pobres… ¿Pero qué podía hacer? No podía negarse por más tiempo que aquel chico le atraía. Y era una monumental gilipollez albergar esperanzas, pero las tenía. Sentado en un desvencijado sillón de cuero frente a la chimenea pensaba que tal vez (sólo tal vez) ese chico fuera como él. Y por alguna extraña razón todo su cuerpo respondía a ese pensamiento… quizá más de lo que debería responder. En esos momentos intentaba no pensar cómo sería que toda la escuela supiera su secreto, estar a su lado y que todo fuera bien, acariciarle, besarle, dejarse hacer. ¿Acaso era tan terrible? Sin duda no podía serlo mucho más de lo que ya lo era. Terrible estar esperándole, terrible saber que está ahí, y más terrible aún no poder decir ni hacer nada por miedo a su reacción. Desesperadamente terrible.


-Iré solo.



Gabriela se había quedado en la habitación pensando qué hacer mientras interpretaba las cartas. Le dio pocas vueltas. Estaba claro lo que haría.


-Iré a la lechucería e invitaré a Andrés. Todo irá bien. La invitación debe ser especial –se dijo sonriendo mientras cogía pluma y tinta para escribirla.


Después volvió a mirar las cartas que aún estaban sobre la mesa, a su lado y frunció el ceño, algo le preocupaba, y no era para menos… Tendría que estar alerta ese día, pues si alguien con el valor para enfrentarse a su destino la necesitaba, debía ayudar en lo que pudiera.



Al final decidió ir al baile. Sería más fácil controlarlo todo estando entre la gente mientras vigilaba la entrada de los que entrarían en la escuela esa misma noche. No tenía otra alternativa que ayudarles a entrar… pero no podía decir lo mismo de salir. Nadie le había dicho que les debía proporcionar los medios para la huída. Y en esa brecha en las órdenes había decidido hacer lo correcto, pero definitivamente necesitaría ayuda. Se levantó de la silla de la biblioteca y fue directamente a la habitación, donde su lechuza descansaba después de haber traído las órdenes de lo que debía hacer, y la despertó suavemente acariciándole la cabeza.


-Preciosa, tienes que ayudarme. Es importante –le susurró.


Ella le explicó el lugar al que debía llevar la invitación y le dijo su nombre. El animal pareció entender y mientras le ataba el sobre a la pata volvió a decirle lo mismo: Tienes que ayudarme… En ese instante, salió volando por la ventana y se perdió en un instante de su mirada en el azul.



A las seis en punto y con el Salón a reventar, la lechuza de Carla apareció por una de las altas ventanas planeando sobre la mesa en la que Tomás se sentaba. Los chicos que estaban a los lados miraron hacia el techo para ver a dónde se dirigía la pequeña criatura ansiosos de que la invitación que llevaba en su diminuta pata estuviera destinada a ellos, pero no fue así. El animal aterrizó con elegancia sorteando todos los platos que se situaban en frente del chico y cuando se hubo asegurado que todo estaba en su lugar mirando la mesa con sus ojos dorados, alzó la pata, y con ella el sobre que venía a entregar. Él sonrió y desató con cuidado la invitación que llegaba justo a tiempo, pues en ese preciso instante, aparecieron los tres: Rodrigo seguido de Julia que le hablaba de algo bastante emocionada, y detrás de ellos Carla, que a juzgar por los susurros y la mano tapando su boca, estaba contándole algo a sus amigas tan bajito que casi no se enteraban de nada. El plan había funcionado, pues tanto Rodrigo como Julia se habían parado en seco para admirar la escena en la que Tomás cogía la invitación de Carla.


-No puede ser… -susurró Rodrigo entre dientes pues conocía bien a ese bello animal.
-Increíble. –contestó Julia casi al mismo tiempo en voz baja.


Era el momento de entrar en acción. Carla se adelantó a las chicas y pasó por el lado de los tortolitos guiñándole un ojo a Tomás, que le envió un beso desde la mesa y se guardó la invitación en el bolsillo del pantalón. Justo detrás, Gabriela y Alejandra no daban crédito a lo que veían, pues Carla no había tenido tiempo de contarles todo lo sucedido, y el plan que ella y Tomás estaban empezando a tejer, pero a pesar de sus caras, todo estaba saliendo según lo previsto. Al menos de momento.



Menos mal que toda la escuela los conocía, porque de no ser así pensarían que estaban peleando. Pero lo que en realidad hacían era discutir por los pasillos sobre las tácticas empleadas por los equipos de la liga internacional de quidditch.


-Estás loco, ¿lo sabías? ¡Eso no tiene nada que ver! Allué es el mejor capitán de todos digas lo que digas –gritaba Nakor al pasar.
-Ni hablar, Adam es el mejor. Los Leones Voladores no han perdido ningún partido en toda la temporada. Los Rayos no pueden decir lo mismo, ¿a que no?
-¡Bah! Tonterías. Los Rayos son los amos. ¡¡Ganarán la Copa!! –aullaba eufórico alzando los brazos y mirando al techo, mostrando una sonrisa reluciente.
-De ilusiones también se vive, chaval –se mofaba Ángel mientras convocaba un gran león que volaba alrededor de Nakor.
-¡Haz que pare! –Nakor cogió su varita y convocó un rayo dorado que simuló chamuscar al león, que desapareció al instante.
-¡Perdedor! ¿Qué te apuestas a que no ganan Los Rayos? A ver, ¿no eres tan valiente? Apuéstate algo, si te atreves.
-¡Pfff! ¿Cobarde yo? Veamos… podemos apostarnos unos cuantos Reales Mágicos ¿te parece? –retó el Lobo.
-¿Reales…? Yo no…
-Bueno, si no tienes dinero… podríamos apostarnos algo mejor. El que gane le pedirá al que pierda algo que tenga de gran valor. ¿Estás de acuerdo?
-Completamente –dijo el Lince que ya sabía lo que quería de Nakor y sonrió entre dientes ante la idea de obtener esa brújula de la que había oído hablar. Sabía que Los Leones Voladores ganarían la liga, estaba seguro.
-Genial, así quedamos. Bueno tío, nos vemos en el Salón. Tengo que irme. ¡Hasta luego! –le respondió Nakor que tenía la misma certeza que Ángel de que Los Rayos serían los ganadores.


En ese instante, y cuando todavía Nakor no había doblado esquina más cercana, una lechuza, la más pequeña y graciosa que había visto, se posó en el suelo justo delante de Ángel y se miró la pata donde estaba atada la invitación al baile. El chico la cogió seguro de que esa pequeña criatura sería de Carla –ya que nunca la había visto, ¿pero de quién más podía ser?- y por lo tanto, había recapacitado después de la conversación del campo de quidditch y había decidido invitarle al baile para hacer las paces. Lo que no podía imaginar, era que ese sobre no iba destinado a él… se dio cuenta cuando abrió el pequeño sobrecito y no reconoció la letra: No pensaba ir, pero ya que al parecer no tengo más remedio y dado que creo que aún no te lo han pedido, ¿Querrías ir conmigo al baile?
Estaba asombrado, pero ya no podía hacer nada pues había aceptado la invitación al cogerla. Tendría que ir con la anónima dueña de aquella preciosa lechuza.


-No sé quién es tu dueña, pero dile que acepto –le dijo serio con la nota en la mano.
El animal entendió y alzó el vuelo de nuevo, dejando a Ángel entre asombrado y asustado por la reacción de Carla, y por no saber de quién iría acompañado.
-No sé por qué, pero me da la impresión que estoy metido en un buen lio… -susurró para sí mismo mientras veía cómo la lechucita se perdía por la ventana.



Si a pocas horas de la fiesta aún no había recibido su lechuza, significaba que ella no pretendía ir al baile.


-¡Eh, Joel! ¿Con quién irás al baile?
-Pff… con nadie Nakor. Iré solo –le respondió Joel con cara triste.
-¡Estupendo! Iremos los dos juntos. ¡No me mires así! No quiero ligar contigo, hombre, pero no pretenderás que alguien como yo vaya solo al baile de Navidad, ¿no? Soy un caramelito entre tanta gata suelta –soltó riendo ante la cara de Joel, que parecía aterrado ante la escena.
-Bueno… al menos no tendré que ir con una chica –sonrió Joel a la vez.
-Ya veremos qué pasa en el baile, chaval –y eso parecía más una promesa que otra cosa. Sobre todo ante la mirada perversa del Lobo más travieso que había pasado por Salmanfotis.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Parejas para el rock&roll




Era extraño, pero a pesar de que no hacía más de un mes que habían llegado a la escuela ya estaban considerados como una de las parejas más populares de Salmanfortis. Obviamente no eran pareja, pero nadie lo sabía y nadie se planteaba que ellos, tan perfectos, reservados, guapos, raros y siniestros cuando estaban juntos, pudieran ser diferentes cuando estaban separados. Anne, que por lo general era simpática, extrovertida y dulce, se convertía en alguien seria, introvertida y distante. La chica perfecta para Edén. Él, por el contrario, siempre era así y por lo general era algo que le encantaba a todas en aquel lugar. Por eso no era raro que en la última semana estuviera rodeado de lechuzas allá a dónde iba.

-¿Qué te parece? –le preguntó Edén.
-¿Te refieres a que estés todo el día rodeado de lechuzas a pesar de ser “el nuevo”? ¿O al hecho de que aún no hayas escogido ninguna? –rió ella entre dientes al ver su cara de desagrado cuando mencionó la idea del baile.
-No iré a ese estúpido baile, olvídalo ¿quieres?
-No puedo olvidarlo, ¡solo quedan dos semanas! Será estupendo, ¿recuerdas las de nuestra escuela? ¿Cómo serán aquí?
-No lo sé, pero tampoco me importa. En el último al que fui, la chica a la que invité se piró con un estúpido Gryffindor y me pasé el resto de la noche bebiendo ponche para olvidar el plantón de esa maldita…
-¿Te gustaba? Ella, quiero decir.
-Sí, pero no me importa, ya lo he superado. Aunque aún recuerdo sus ojos y su pelo castaño, su olor, su cuerpo… ¡Pero en fin, eso pasó! Y ahora estamos aquí. No iré a ese estúpido baile, no podrás convencerme.
-Mira, lo cierto es que no tengo con quién ir, así que me quedaré contigo si quieres.
-Estupendo. Podríamos mirar cómo baila el resto… en serio, no quiero que te quedes por pena.
-¡Nada de eso! Podríamos bajar a la cocina, “tomar prestado” algo de comida y hacer nuestra propia fiesta en algún lugar del castillo, solo nosotros dos. ¿Qué te parece?
-Si tú quieres…
-Decidido. Buscaré algún lugar en el que no nos molesten –sugirió Anne sonriéndole, decidida a pasar un buen rato con su compañero de escuela.

Era raro, pero era la primera vez que Edén se mostraba tan cercano. Nunca le había hablado de sí mismo, de su vida o de esa chica. Debía haberle hecho mucho daño para que no quisiera ni oír hablar de la fiesta en el castillo. Al parecer también tenía sentimientos… pero nunca los había querido mostrar, hasta ahora. Anne se sentía en este momento mucho más cerca de él que nunca y tenía que ayudarle a superar su pena, tendría que enseñarle el modo de volver a ser él mismo. Estaba claro que era así por sus malas experiencias pero ella le demostraría que la vida podía ser bella y que tenía que seguir viviendo con ello a su espalda.



En la lechucería reinaba el silencio. Solo el sordo ulular de los animales rompían la calma cuando Alejandra entró en busca de la suya, que bebía en un pequeño abrevadero situado en lo más alto de la pequeña torre. Subió la escalera y allí la encontró, en el borde bebiendo agua fresca. Se acercó a ella despacio.

-Lola, tengo un encargo para ti. Tienes que llevarle esto a Mario.

La lechuza asintió como si entendiera lo que tenía que hacer y una vez Alejandra le hubo sujetado el pequeño sobre en una de sus patas, alzó el vuelo y salió por la ventana más cercana en dirección al castillo. La chica suspiró y bajó las escaleras para volver con sus amigas.




¿Supuestamente habían cortado? Se sentía rara, como si no estuviera en su cuerpo, sino fuera de él mirando todo lo que le sucedía desde otro plano. Otro punto de vista, pero igual de triste. Le estaba haciendo daño a Ángel y eso era algo que no podía soportar... era demasiado bueno. No le merezco susurraba por los pasillos mientras deambulaba de un lado a otro sin un camino fijo. Y de repente.....
-¡Auh! ¡Mira por dónde...! ¡¡Joder!! -aulló sujetándose el brazo.
-Lo siento... no te había visto y.... -respondió ella mirando al suelo con los ojos encharcados en lágrimas.
-¡Oh, vaya! Tranquila, no pasa nada. Me repondré. He salido de cosas peores. -dijo el chico con una gran sonrisa -¿Estás bien?
-Lo cierto es que no. Pero tranquilo, he salido de cosas peores -intentó ironizar Carla cuando alzó la vista para ver el rostro de Tomás -Ah, eras tú... -estupendo, el perrito faldero de Julia. Lo que faltaba para completar el día.
Carla intentó esquivarle para seguir caminando cuando él le cortó el paso.
-Perdona, no quiero ser entrometido, pero si te pasa algo puedes contármelo.
-Claro, ¿por qué no contarle mis problemas al mejor amigo de Julia? -le soltó ella matizando las palabras mejor amigo. Sabía lo que había entre ellos desde hacía tiempo... y a decir verdad, no sabía por qué no se lo había dicho a Rodrigo. Debo ser gilipollas, definitivamente.
-Mejor... amigo... ¿A qué te refieres? -inquirió Tomás nervioso.
-Mira, déjalo. No estoy de humor...
-Julia y yo... ella y yo somos...
-¿Amigos? Vamos, Tomás. Eso se lo podrás decir a otro. Sé lo que sois, sé que os veis a escondidas, a espaldas del pobre Rodrigo. ¡Os vi!
Tomás la cogió del brazo para sujetarla. Tenía que hacer algo, esa chica sabía su secreto y aún recordaba las palabras de Julia: Si alguien sabe lo nuestro, tendré que dejarte, porque no puedo permitir que lo mío con Rodrigo termine ¿entiendes?. Le apretó con más fuerza y la atrajo hacia él, sujetándole ahora los dos brazos.... El corazón se aceleraba.... la respiración al mismo tiempo, dando los mismos latidos. En los oídos se escuchaban acelerando, fréneticos. En el aire solo una melodía, la del olor de su cuerpo mientras la sujetaba.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Cuando la décima Luna llore alegre....





Domingo. Otra semana más. Cada día estaba más cerca el momento que tanto temía, ya apenas quedaban un par de semanas antes del baile. El baile… Acababa de caer en la cuenta de que aún no había invitado a nadie, pero lo cierto es que no tenía cabeza para pensar en ello. Estaba concentrada en buscar una forma de frenar todo lo que iba a pasar pero por más que lo intentaba no lograba llegar a ninguna solución, mucho menos estando sola ante todo lo que se avecinaba. Sola.



Joel había convencido a los chicos para ir a hacer una de las suyas. Rodrigo convocó un flamante trineo de color rojo y Nakor propuso hacer una guerra mágica de bolas de nieve.

-¡Venga ya, rajados! No queréis porque sabéis que os voy a ganar. Sois un par de gallinas explosivas. ¡Cook, cook, cokokokooog! –les picaba mientras metía las manos en las axilas y giraba alrededor de ellos.
-Joder, Nakor ¿quieres parar? No es que seamos unos cobardes… es sólo que ese juego es para críos. –le intentó convencer Rodrigo –Yo prefiero tirarme desde las laderas que están junto al lago termal ¡Es mucho más divertido!
-¡¡Cook, cokcokcokcook!! –siguió –Rajados, cobardes, miedicas, cagones ¡Cokcokcokcok…!
-Vale, vale. Jugaremos. Pero vámonos de una vez o se derretirá la maldita nieve –le cortó Joel, que ya se había puesto el abrigo y había guardado su varita en uno de los bolsillos.
-Os daré la paliza de vuestras vidas, chavales. –rió Nakor a carcajadas a la vez que pasaba sus brazos por los cuellos de sus amigos -¡Vámonos!

Rodrigo puso los ojos en blanco, pues sabía que si Joel se rendía, él no tenía otra salida que no fuera aceptar también. Siempre la misma historia…. Odiaba las guerras mágicas de bolas de nieve: eso de encantarlas para que siguieran sus “objetivos” hasta que logaran alcanzarlos para después estallar justo en la cara del que cogiera por delante no era algo que le hiciera gracia. En cambio deslizarse por laderas cubiertas de nieve tan empinadas que casi nadie –excepto él y Nakor- se atrevía a tirarse, era algo que le hacía reír, quizá a causa de la adrenalina que supuraba todo su cuerpo justo antes de darse impulso y sentir el aire helado en su cara. Y después estaba eso de parar, casi siempre algo imposible sin mojarse, gracias al cielo, con agua caliente del lago termal pues acababas frenando en la orilla. En fin… lo único que podía hacer era resignarse, pero lo que estaba claro es que ni Nakor ni Joel se librarían de tirarse por las laderas, aunque para ello tuviera que amarrarlos encima del trineo.



En la habitación de las chicas, Alejandra comenzaba a ponerse nerviosa. No podía dejar de pensar en la escena de esa misma mañana: Nakor rodeado de lechuzas. Cinco. Si por aquellas fechas tenía delante tantas, ¿qué sería de él la semana siguiente? No podía esperar tanto. Si lo iba a hacer, tenía que hacerlo ya.

-¿Creéis que debería mandarle una lechuza? –le preguntó a sus amigas.
-Sinceramente, no lo sé Ale. ¿Te gusta lo suficiente como para arriesgarte a pesar de saber que él y Catalina….
-¡Calla Gabi! No quiero ni oír hablar de eso… -Alejandra había perdido la sonrisa de repente –Creo que tienes razón. No debería hacerlo. Debería olvidarme de él de una maldita vez.
-Tranquila Ale, eres una chica genial. Seguramente podrías invitar a quién quisieras. –dijo Carla para animarla –Si quieres hacerlo, ¿por qué no lo haces y punto?
-No. No quiero que me rechace.
-No creo que eso suceda, pero si no quieres arriesgarte, ¿por qué no vas con otro…? ¿Qué tal… Mario? Últimamente sois muy buenos amigos. A él no le importaría ir contigo, es más, creo que pasaríais un buen rato. –le aconsejó Carla –Si no tienes a nadie más en mente, creo que no sería mala idea.
-Ya. No estaría mal ir con él. Total, si no voy con Nakor ¿qué más da con quién vaya? –respondió algo más animada – Pero… ¿Y vosotras? ¿Habéis pensado con quién queréis ir?
-¡Buf! A mí me gustaría ir con Andrés. Así que esta tarde le mandaré mi lechuza. ¡Deseadme suerte! –soltó emocionada Gabriela.
-Bueno… yo pensaba ir con Ángel, pero ya has visto como estaba esta mañana. No entiendo qué le pasa. Ni siquiera habla conmigo, así que dudo que quiera ir al baile siendo mi acompañante. Creo que debería hablar con él –les contó Carla.
-Deberías, si. –le dijo Gabriela frunciendo el ceño –Es extraño que se comporte así, sobre todo cuando no le has dado motivos para eso, ¿verdad?
-¡Claro que no! Ya lo sabes. Iré a hablar con él ahora, voy a buscarle.
-¡Eso! –dijeron sus amigas a la vez.

Se puso un abrigo y una bufanda y salió de la habitación decidida a encontrarle. Fue difícil pero tras mirar en la Zona Común, en la biblioteca, en el Salón y en todos los pasillos que le cogían de camino, decidió ir a los vestuarios del campo de quidditch… y allí estaba. Montado en su escoba incluso con aquel frío. No estaba entrenando, más bien parecía… furioso. Daba vueltas sin parar volando alrededor del campo lo más veloz que podía, con las mejillas arreboladas, ardiendo a causa del intenso frío, con los ojos inundados de lágrimas por la velocidad y con la ropa mojada por culpa de los retales de la nieve que ya no caía desde hacía más poco más de dos horas. Al parecer no se había ido del campo después del entrenamiento.

-¡Ángel! ¿Podemos hablar? –le gritó cuando pasó por segunda vez a su lado. Pero no contestó –Ángel, es importante, por favor. ¡Ángel!
-¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado? –respondió sin decelerar.
-Sabes que debemos hacerlo.
Claro que lo sabía. Era necesario, debían hablar antes de que todo se fuera al traste. No quería estropear lo que tenían, la quería. Paró.
-Tú dirás.
-¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado conmigo? –soltó Carla lo más rápido que pudo para no arrepentirse –Esta mañana después del entrenamiento te fuiste y…
-¿Enfadado? ¿Crees que estoy enfadado contigo?
-Sí. Lo estás. Y lo peor de todo es que no tengo ni idea de por qué estás así.
-No estoy enfadado contigo Carla –le dijo el chico con la escoba en la mano y el pelo empapado chorreándole en la cara.
-¿Entonces? ¿Qué ocurre? –estaba perpleja.
-No estoy enfadado contigo, estoy enfadado conmigo. Porque soy un maldito cobarde.
- Yo no creo que seas…
-Sí, soy un cobarde porque no soy capaz de poner en su lugar a ese maldito de Rodrigo.

Carla se había perdido. No sabía a qué venía eso. A qué venía meter a Rodrigo en esta conversación. ¿Qué pasaba con él?

-Rodrigo… Ángel, te equivocas. Rodrigo no tiene nada que ver en esto. Él es…
-Es un imbécil, y claro que tiene que ver. He visto como te mira, cómo busca darte celos, como pretende separarte de mí. No estoy ciego Carla. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que a ti te pasa lo mismo. Tu mirada… tus ojos cambian de color cuando le miras. Sientes celos de Julia y si lo he notado yo, no quiero ni imaginar quién más lo sabrá. Sé que sales por las noches, a escondidas…
-¡¡No lo puedo creer!! ¡Me has seguido! –le escupió asombrada, casi histérica.
-Tranquila, no te he seguido. No quiero saber lo que haces a esas horas fuera del castillo arriesgando tu permanencia en la escuela. –respondió agarrándose el pecho como si algo dentro de él se estuviera rompiendo y sólo sujetándolo pudiera permanecer en su sitio –Pero debe ser muy importante.
-Ángel, yo…
-No, no me toques. –se retiró deshaciéndose de la mano que Carla le había puesto en el hombro –No me tengas pena. No podría soportarlo.

Ambos se miraron por un instante sujetando sus miradas. Ella conmovida por su sinceridad y su sufrimiento. Él intentando buscar algo dentro de sus ojos verdes que le dijeran, que todo aquello que en su interior sabía, era mentira. No encontró nada. Bueno, algo sí encontró: lágrimas desbordadas abriéndose paso por sus mejillas. Ángel asintió una sola vez y salió por el vestuario corriendo hacia el castillo, dejando a Carla llorar a solas.



Andreios nunca dejaba cabos sueltos y por eso era el encargado de llevar a cabo el plan. Pensamientos. Recuerdos. Rincones donde se reúnen pedacitos de una vida cualquiera…. Recuerdos.

-La única forma de saber dónde está es encontrar el lugar donde todos descansan. Obtener de ellos su más preciada herramienta y buscar el recipiente donde todo se une y se ve. Ese que solo puede ser utilizado por su descendiente, el mismo que está protegido por la gema verde.
-Si….
-Pero solo puede ser obtenido cuando la décima luna llore alegre.
-¿Qué significa eso? La décima luna que llore alegre… ¿Qué es eso?
-Solo cuando llore alegre….
-¡Ishbila! ¿¿Qué significa??
-¿Eh? ¿El qué? ¿Qué dice?
-La luna, desvélame qué significa o te arrepentirás ¡lo juro!
-No sé de qué está hablando, de verdad.

La mujer miró hacia una esquina de la sala de donde, de vez en cuando, algunos susurros llegaban hasta el lugar en el que estaba amarrada a una silla con un par de maleficios de cuerdas rojas que daban descargas eléctricas y que salían de la varita de uno de los que se ocultaba en las sombras. Lo único que se veía en la habitación era ella, un rayo de luz la iluminaba convirtiéndola en el objetivo de todo lo que se pensaba, se decía o se hacía en la estancia. Ishbila temblaba de pies a cabeza ante la oscura mirada del hombre que tenía enfrente, al único al que podía ver. Sus ojos destilaban un odio que pocas veces había visto y le decían que la necesitaba –aún-, pero a la vez la siniestra sonrisa que se dibujaba en sus labios la hacían pensar que no saldría viva de aquel lugar.

- Refrescadle la memoria a esta maldita adivina…

lunes, 15 de diciembre de 2008

Blanco despertar






La mañana despertaba blanca y navideña. La incesante nevada proseguía después de una pequeña pausa que sólo dejaba ver el foso lleno de agua helada que rodeaba la fortaleza de Salmanfortis, más allá de eso, la visión de los terrenos se confundía con la húmeda niebla que había hecho aparición en el descanso dado por la blanca nieve.
El frío podía olerse... la nieve se sentía en el rostro cuando te montabas en la escoba para volar a primera hora en las sesiones de entrenamiento. El quidditch podía resultar duro al llegar el invierno, pero nadie se quejaba de las órdenes de Ángel cuando decidía quedarse a pesar de la intensa nevada que comenzaba a caer de nuevo.

Después de dos horas, Mario empezaba a quejarse por los continuos estornudos que apenas le dejaban ver los aros de gol.


-Creo que he cogido una pulmonía -tosió - ¿No crees que deberíamos parar ya? -le soltó a Ángel cansado de tener que soportar el agua congelada que empapaba su ropa y le calaba los huesos.
-Está bien. ¡Por hoy hemos terminado! -gritó al aire y volvió volando a los vestuarios sin esperar a Carla.
-¿Qué diablos le pasa? -le preguntó Alejandra aún con la boca abierta con la sensación de haberse perdido algo.
-Vete tú a saber... -contestó Carla y siguió el camino de Ángel hacia los vestuarios seguida por Alejandra.


El castillo ebullía con la nueva estación a medida que se acercaba la fecha del Baile de Navidad. Era tradición en Salmanfortis que para la fiesta, las chicas pidieran a los chicos ser su acompañante mediante una nota enviada con su lechuza, así que no era extraño que ya algunas de ellas se agolparan en el Gran Salón alrededor de los chicos más populares de la escuela.
Adell, un Oso con reputación de Apolo entre las chicas que aún no habían "disfrutado" de él -y las peores opiniones de las que ya habían pasado por sus brazos- desayunaba bollitos de azúcar apartando a manotazos a una legión de lechuzas de todos los tamaños y colores mientras sonreía satisfecho a una jauría de adolescentes que miraban embelesadas entre suspiros desde sus mesas cúal de las lechuzas era la afortunada elegida -y con ella, la más afortunada de las chicas- imaginando cómo sería el gran día al lado del dios griego.
Rull, el capitán del equipo de quidditch de los Delfines había cogido la nota de una lechuza parda de ojos amarillos a la vez que una tal Valeria saltaba de alegría en la mesa de los Halcones. El chico sonrió satisfecho.
En la mesa de los Lobos cinco lechuzas se agolpaban alrededor de Rodrigo, Joel y Nakor con insoportables graznidos que se escuchaban hasta en la Gran Escalera de Piedra. Gabriela, Alejandra y Carla acababan de entrar en el Salón para comer algo tras el entrenamiento cuando vieron el alboroto: las lechuzas desplegaban sus alas y picaban a las demás por ser las primeras en llegar hasta ellos. Desde las mesas los alumnos de las diferentes casas observaban como Joel intentaba zafarse de ellas sin demasiado éxito a la vez que Nakor reía sin descanso.


-Tranquilo hombre, relájate y zampa algo antes de que sea la hora de volver a la Zona Común. ¡Por fin sábado! -le espetó mientras se reclinaba hacia atrás con las manos sobre la nuca simulando estar sentado en un sillón del mismísimo Clan de los Valientes.
-No sería más fácil escoger alguna antes de que se cabreen de verdad y nos piquen los ojos? -respondió Joel algo nervioso.
-Que tú no quieras ir al baile con una chica decente no significa que nosotros tengamos que conformarnos con la primera que nos lo pida ¿no? -le soltó Rodrigo impaciente mirando al techo del Salón esperando que alguna de las lechuzas que iban entrando se parara delante de él- Por cierto, ¿te lo ha pedido alguien? Quiero decir... ¿no irás con una chica, verdad?
-¿Con una... chica? -Joel imaginaba el camino de las palabras de Rodrigo. ¿No era más fácil preguntar simplemente "irás con un chico"?- pues...
-No puedo creer que te lo pienses. -susurró Nakor mirándole de soslayo- A ver Joel, si quieres ir con un chico, ¿qué problema hay? Bueno, si, hay uno... -dijo aún más bajo y mucho más serio.
-¿Problema? -genial, problemas con mis amigos... lo sabía.
-El problema de cuál de los dos debería pedirle al otro que fuera su pareja de baile a juzgar por las costumbres de la escuela. Es decir ¿quién debería tomar la iniciativa? En estos temas estoy pez -soltó con una risita de suficiencia mientras miraba por todas las mesas en busca de alguna víctima con quien emparentar a Joel para el baile.


Las lechuzas impacientes comenzaron a coger sobras del plato de Nakor y una de ellas le picó en la mano derecha para intentar coger un trozo de su tostada.


-¡Augh! ¡Marchaos de aquí bichos! ¡No elegiré a ninguna de vosotras! ¡¡Largo!! -les gritó dando manotazos para espantarlas y después de que alzaran el vuelo se llevó el dedo a la boca para cortar la sangre de la herida.
-¿Eres tonto o qué? ¿Por qué no eliges a una tú que puedes? -preguntó atónito un chico con gafas y aparatos en los dientes que se sentaba al lado de Rodrigo y que no se había perdido detalle de lo sucedido con las lechuzas... como el resto de los alumnos, claro.
-¿Te has preguntado que puede que sea porque no quiero ir con ninguna de las dueñas de esas lechuzas? -contestó chasqueando la lengua molesto por las preguntas de aquel chaval y mucho más ante el hecho de que la chica con la que deseaba ir no le hubiera mandado su lechuza, aún.
Cada día recordaba las palabras atropelladas que salían de la boca de una Ishbila en trance, y cada día sonreía en su interior cuando alguna parte de su plan salía a pedir de boca. Todo iba según lo previsto. Ya sólo faltaban un par de semanas para que todo eso diera su fruto, para que sus deseos se vieran culminados con algunos recuerdos lo suficientemente importantes como para hacer algo tan absurdo y peligroso que sólo una persona como ella podría llevar a cabo. Sabía que ella corría peligro en todo este asunto, pero si salía bien sería recompensada con creces y él también. En ocasiones lamentaba tener que hacerlo de esta manera, pero era inevitable hacer ese sacrificio... ¿qué importaba la vida de un único alumno si conseguía lo que más deseaba?

viernes, 13 de junio de 2008

El viento trae su melodía



Desde que llegaron a la escuela dos semanas atrás no habían intentado acercarse a ningún otro alumno. A ambos le costaba encajar. Nunca se les había dado bien eso de hacer amigos y por eso estaban tan unidos. Los dos habían llegado desde Inglaterra, la Escuela de Magia y Hechicería Hogwarts desde la que habían venido como alumnos de intercambio. Gracias a Merlin, ellos dos se ya se conocían, pues compartían algunas clases en aquel Castillo.

Eden, de la Casa Slytherin era silencioso, astuto, sincero e introvertido. Anne por el contrario era simpática, divertida, leal y generosa, todo una Hufflepuff. Según la directora, ambos serían distribuidos por dos de las cinco casas de Salmanfortis como era costumbre, y tras una conversación bastante dilatada con las Moiras, éstas decidieron que Anne fuera destinada a los Lobos y Eden a la Casa de los Osos.

Con su elegante porte, su forma de caminar y su sonrisa estaba acostumbrado a quitarles el aliento a todas sus compañeras de casa e incluso a alguna que otra de las demás. ¿Qué importaba? A él no parecía importarle. Sabía lo que provocaba en todas ellas. La mayoría suspiraba por besar sus labios, tan conocidos por todas: el inferior grueso, redondeado, delineado por el superior y la curva de la barbilla, el superior algo curvado formando una sinuosa silueta que acababa rematada por la perfección de su nariz. Y sus profundos ojos verdes no hacían más que remover esta mezcla que prometía con estallar cuando menos lo esperaras como la polvora cuando se une a la chispa que la enciende. El último ingrediente era la mecha: su pelo castaño y brillante, de corte desigual pero estudiadamente colocado sobre su frente, cayendo sobre los hombros, definiendo su cuello y su mentón irresistiblemente masculino.

Caminando por los pasillos de Salmanfortis junto a Anne y la directora, la bomba estaba a punto de estallar. No había ni un solo par de ojos que no los siguieran al pasar. Nuevos, si. Pero eran mucho más que eso. La mayoría de las chicas miraban a Eden embelesadas, deseando con todas sus fuerzas que la callada rubia que iba a su lado no fuera nada más que una desconocida para él.
Por su parte, los chicos se arreglaban el pelo, se ponían bien la corbata o se miraban entre sí con una sonrisa al ver pasar la comitiva que encabezaba la Señora Bernia. Anne era demasiado respetuosa como para reir en esa situación. Aún se sentía un bicho raro en el castillo. Pero sonreía en su interior al ver la reacción de los que la miraban. Era normal esta reacción cuando miraban su pelo albino, tan rubio que parecía de plata, sus alegres ojos grisáceos, su piel demasiado blanca para ser real y sus labios tan rojos como la sangre que provocaban el mas extraño contraste en su rostro. No era de extrañar que los chicos se sintieran en el limbo al obtener una mirada y las chicas en el infierno al verla, porque juntos, ella y Eden, hacían la más bella pareja de todas las que habían pasado por Salmanfortis. Lo que no sabían es que ellos únicamente eran amigos.




Carla había decidido ir a dar un paseo por los terrenos. Llevaba varios días pensando, a veces se encerraba en el aula de la torre de astronomía, otras se encerraba en el baño común para pensar mientras se daba un baño. Algo tenía que hacer para resolver todo lo que se avecinaba. Estaba claro que tenía que decirle a Rodrigo lo que estaba pasando, pero ¿cómo? ¿acaso la creería? ¡Estaba ciego con su "dulce y angelical" Julia! Nada de lo que ella pudiera decirle lo convencería de todo lo que havía visto y oído, asi que tenía que trazar un plan. Un buen plan que resultara ser la forma de enseñarle lo que pasaba delante de sus narices y que todavía no se había percatado.

Andaba, con el abrigo abrochado hasta arriba y su larga bufanda amarilla sin rumbo fijo. Deambulaba por el bosque cuando ya casi se ocultaba el sol. Pronto tendría que regresar. Esquivó una enorme roca que cortaba el camino, un enorme tejo que no dejaba pasar y siguió una senda entre la maleza que a penas podía ser transitada. ¡Por aquí solo pueden pasar las cabras! Y así era, a penas un camino para el tránsito de animales pero.... ¿qué animales?
Siguió por él hasta llegar a un claro. Se volvió a ajustar el abrigo y al taparse la boca a causa del frío, echó hacia atrás un extremo de la bufanda. Se notaba que diciembre estaba haciendo su entrada triunfal en los alrededores del castillo, aunque gracias a Calíope aún no había nevado -pero no tardaría mucho con ese frío-.

Siguió andando hasta el centro del claro mirando al cielo de un inusual tono morado. La hierba verde a causa de las recientes lluvias le llegaba por las rodillas, y el olor a tierra mojada le embriagaba los sentidos. Sonreía como si fuera la primera vez que lo olía. Le recordaba a casa, las noches de septiembre cuando la lluvía cogía a todos desprevenidos y ella aspiraba el aroma desde su ventana abierta a pesar de estar mojándose. Nada igualaba esa sensación.... o nada lo había igualado hasta este momento....




Se había dado cuenta de que había salido de noche. Pensaba ir al lago. Creía que era ella la misteriosa que se bañaba en sus aguas por las noches, pero no. Iba siguiendo sus huellas y para su decepción no iban hacia el lago termal. Se encaminaban hacia otro lugar que no había pisado jamás, un camino entorpecido por una gran roca y un árbol enorme del que no solo conocía sus propiedades para la poción del jabón mágico. Siguió por el sendero con cuidado de no acercarse demasiado al borde derecho que colindaba con una ciénaga nada salubre, hasta que llegó al claro...








powered by ODEO




....Y allí estaba ella, delante de ese árbol enorme pero de aspecto frágil, sin hojas, sin flores, sin síntomas de estar vivo. Más bien parecía que aquel no era su lugar, seguramente alguien lo habría traido de algún lugar lejano para dejarlo abandonado a su suerte en medio de ese claro. Aunque sin saber cómo se las había arreglado para sobrevivir, penosamente, eso sí.

Carla seguía de espaldas. Parecía no haber notado su presencia... más bien parecía que bailaba. Serpenteaba sin moverse del lugar, agitaba los brazos suavemente, movía la cabeza, el pelo se agitaba con el viento. Y fue éste el que hizo llegar hasta Rodrigo la melodía que antes solo escuchaba Carla....
Le invitaba a bailar, a moverse hacia ella, a acercarse, a tocarla, a besarla... sentía que podía pasar el resto de su vida con ella. Algo se había apoderado de él, de su razón y de sus sentimientos.

En ese momento, ella le miró y le tendió la mano. Rodrigo levantó la suya para estrecharla con fuerza, era lo que más deseaba hacer en el mundo: estrecharla y no soltarla jamás.
Lo más increible ocurrió cuando sus dedos se rozaron.... una extraña brisa les rodeó, elevando hacia el cielo todo lo que se encontraba en el suelo. El cabello de Carla se extendía entre ellos, azotando el aire que los envolvía, junto con la cadena y la snitch de Rodrigo, que ascendía y descendía sin parar. El viento llegó hasta las desnudas ramas del árbol débil y de aspecto quebradizo, pero en un segundo, sus delgadas ramas se llenaron de flores. Las más hermosas, dulces e increibles flores blancas. Aquel árbol de aspecto inerte se había convertido en un hermoso almendro, el que debería haber sido en otra época del año, poblado de flores que se erguían majestuosas en lo alto de la alta copa.

Carla estrechó con fuerza la mano de Rodrigo, era lo único que se atrevía a hacer y sabía que él no la soltaría.
En ese momento, una extraña luz de plata surgió de sus manos unidas y las lágrimas brotaron de los ojos de ambos.

Los susurros de los árboles cercanos y los secretos del viento se confabulaban para crear la melodía que escuchaban, compuesta solo para ellos. Sus intensas miradas se encontraron entre las lágrimas: para él, la primera en mucho tiempo, para ella, la última desde su encuentro en el lago. Sonrisas complices llenas de esperanza, destellos cristalinos licuosos en sus asombradas miradas. Deseos no confesados y anhelada libertad. El deseo de estar juntos, por fin juntos....




Y es que esa era la magia de aquel árbol abandonado: reunir el amor verdadero, hacerlo crecer como sus antes inexistentes flores blancas, hacer sentir el amor que la otra persona siente dentro de uno mismo, escuchar la melodía de la vida. Hacer que por un instante los enamorados se den cuenta de lo que sienten.......

jueves, 15 de mayo de 2008

Citas esperadas y encuentros locos



Cerró la puerta del dormitorio con tanta fuerza que las telas del dosel de las tres camas de las Linces bufaron con el aire, en modo de protesta para después volver a su sitio, y se tiró encima de la colcha de su cama que se deshizo en un santiamén.


-¡No lo puedo creer!


Se tapó la cara con la almohada intentando ahogar sus gritos. Pero eso no funcionaba demasiado bien a juzgar por la reacción de Odín que estaba apoyada encima del dosel de la cama, y agitaba las alas sin parar, quejándose de sus alaridos. No podía concebir cómo Julia se burlaba de Rodrigo. Era de un cinismo que rayaba la locura. Volvió a gritar dentro de al almohada mientras ponía en orden sus pensamientos, y buscaba el plan para vengarse de ella.


El cielo, de brillantes colores morado y rojo clamaba por estar presente en la nueva escena que se adivinaba. Andrés le había pedido unos minutos a Gabriela mientras ella iba al baño de la primera planta para arreglarse el pelo un poco, para lo que no necesitaba más de dos de ellos, pero le hizo esperar, como no. Cuando salió al pequeño jardín del ala oeste en el que habían quedado para la cena, Gabriela no podía creer lo que veían sus ojos: todo el jardín brillaba como si millones de burbujas doradas hubieran aparecido llamadas por el viento, que las agitaba suavemente. Dentro de cada una de ellas, las pequeñas lucecitas se movían sin parar, atrapadas para el momento.
El suelo estaba cubierto de niebla. Al pasar parecía estar caminando sobre nubes esponjosas y suaves que se deshacían con el movimiento de las piernas de la chica. Una pequeña mesa baja de madera se situaba en el centro del jardín, rodeada por un sin fin de cojines de una sustancia vaporosa parecida parecida al humo y de color plata que se arremolinaba en espiral formándolos lentamente.
A pesar de ser de noche, se escuchaban gran cantidad de pájaros, al parecer escondidos en los árboles cercanos.
De vez en cuando, una de las burbujas doradas estallaba, y el pequeño insecto que proporcionaba la luz desaparecía volando hacia el cielo.
En ese momento, Andrés se guardó la varita en el bolsillo trasero de su pantalón oscuro a conjunto con su pelo, y con un movimiento de la mano, lo echó hacia atrás, ya que caía alborotado sobre la frente que brillaba con gotas de sudor.
Gabriela no podía moverse cuando llegó al centro del jardín. Lo miraba todo maravillada, era obvio que jamás había visto algo igual. Y mucho menos provocado por un chico de sexto -aquel no tenía nada que envidiarle a los decorados de los profesores-. Sin duda era un gran mago.
Y ahí estaba él, delante de ella, esperando a que Gabriela dijera la primera palabra. Si impacientaba.


-¿Y.... bien?
-Oh...
-¿Qué significa "Oh"?

-Significa que es maravilloso... jamás había visto nada parecido. ¡Es precioso! -con dificultad reprimió las ganas de abrazarle-. ¿Lo has hecho tu todo?
-Ajá. ¿Te gusta?
-Muchísmo. Muchas gracias.
-Eh, ¡eh! que aún no has visto nada... aún falta lo mejor -y con el brazo le indicó que le acompañara a sentarse a la mesa baja-.


El le tendió la mano al estar cerca y las estrecharon mientras caminaban hacia donde se encontraba la cena. Varias esferas brillantes de colores se situaban alrededor de la mesa, cubierta ahora con deliciosos manjares que al parecer Andrés había tenido el gusto de mandar preparar por los elfos del Castillo -eso si, a cambio de algunos favores, ya que estos nunca se andaban con chiquitas en esta clase de cosas- para la ocasión.
Gabriela se sentó sobre los espumosos cojines después de que Andrés esperara de pie a su lado. Éste le sonrió y fue a su asiento. En seguida, las bandejas se destaparon y dejaron ver la cena: tarta de calabaza, pavo guisado, puré de verduras, ensalada de queso, panes y grandes jarras de zumo de arándanos y agua.
Andrés le sonrió y tomó un poco de pastel que se comió enseguida. Por su parte, Gabriela no lo podía creer. Le miraba atontada, fijándose en sus ojos mientras comía, mientras decidía posándolos en aquello que quería comer.


-¡Eh! ¿no tienes hambre? Y yo que había preparado todo esto para ti...


Para mi... ¡no lo puedo creer! En menos de un segundo, se sonrojó como nunca. Sentía demasiada calor para estar en pleno Noviembre. Debería ser el efecto de esa burbuja que rodeaba el jardín y que no dejaba pasar los pequeños copos de nieve que se arremolinaban en lo alto de los árboles que sobresalían de ella.La cena pasó con miradas furtivas y sonrisas provocadoras por parte de los dos.


En la torre del Ala Este del Castillo, dentro del Aula de Observación Astral, Catalina intentaba acabar los deberes que debía entregar al día siguiente. El profesor le había dejado el aula como favor al ver la insistencia de la chica por controlar los meteoros de la constelación de Orión.
Concentrada en el pergamino, de vez en cuando miraba por el telescopio, ajustaba la lente y volvia al pergamino para apuntar algo referente al trabajo.
No prestaba atención a la puerta cuando entró. Se acercó lentamente mientras ella miraba por el telescopio, con la pluma en la mano que dejaba caer algunas gotas dentro del tintero.
Se veía tan interesante.... tan... tan... guapa...


-Si quieres hablar, espérate a que acabe. Puedes sentarte ahí -le dijo señalando una mesa cercana a la suya sin apartar la vista del telescopio -pero no hagas ruido.
-Eh.. vale...


Nakor se sentó a su lado en el sitio que Catalina le había indicado, mirándola embobado cómo de vez en cuando controlaba tanto el telescopio como el pergamino, escribiendo a la vez que miraba. Tras media hora, acabó la redacción sobre los meteoros de la constelación de Orión y al fin se volvió hacia Nakor.


-Gracias por esperar... tenía que terminar esto para mañana y debía hacerlo rápido antes de la hora de volver a la Zona Común.
-No pasa nada. Ha sido interesante... -Catalina alzó una ceja algo escética ante el extraño comentario mientras aparecía una sonrisa en sus labios -...el ver cómo escribias a la vez que estudiabas la constelación, digo.
-¡Ah! Claro, claro... -le sacó la lengua no muy convencida de su argumento.


....Y santo Dios, se controló a duras penas. Sus ojos no miraban otra cosa que no fuera los labios de Catalina. Hacía tiempo que no pensaba en nada más que no fuera en besarlos.
Ella, le miraba con preocupación.


-¿Qué te pasa Nakor?
-Nada.
-Cuéntamelo...
-¿En serio quieres saberlo? -Nakor estaba decidido a contárselo, o mejor aún, a demostrarle lo que le pasaba-.
-Cla... claro -estaba demasiado nerviosa como para no temblar. Algo intuía-.
-Me muero Catalina... me muero porque no hago otra cosa que pensar en ti. ¡Todo el tiempo! Y no puedo más, ¿sabes? Necesito... quiero besarte de una vez. Saber a qué hueles, averiguar a qué saben tus labios, comprobar si tu piel es tan suave como parece ser.... ¿Contesta eso a tu pregunta?


¡Ohh... Dios! Responde todo... es lo que más deseaba oir. Llevaba tanto tiempo esperando ese momento que no sabía qué hacer. Y estaba claro que a él le pasaba lo mismo, pero obviamente no se lo pensó dos veces y se acercó a Catalina despacio. Ella se había levantado sin darse cuenta, y le miraba a los ojos mientras se dirigía hacia donde estaba, decidido, sin dudas. La cogió por la cintura suavemente, y el corazón de Catalina se disparó mientras sus labios se rozaban.
Fue mucho mejor de lo que esperaba: los labios de Nakor eran tan cálidos que el rubor a causa del calor se reflejó en su rostro. Jadeaba. Se miraban. Él le lamía los labios con la lengua. Ella desfallecía, se mareaba, le temblaban las rodillas. El Lobo enredó sus dedos en el pelo de la chica, que olía a menta, sin dejar de besarla. Ninguno sabía parar. No querían. Por un instante, Nakor notó algo salado en los labios. Dejó de besar a Catalina para comprobar de dónde provenía ese sabor....
Estaba llorando. Dos lágrimas salían de sus ojos, inundándolos y resbalando por las mejillas hacia el cuello, mojando la camisa.


-¿Qué pasa? ¿Tan mal beso? -intentó calmarla acariciándole el pelo mientras le miraba profundamente a los ojos con una sonrisa tranquilizadora.
-¡Nada de eso!... es que.... jamás había besado a nadie -le respondió ella ocultando la cara contra su pecho a causa de la vergüenza.
-¿Y..?
-Ha sido lo mejor de mi vida... necesitaba esto... te... te necesitaba.


La cara de Nakor se iluminó con la más enorme de las sonrisas, y tras volver a besarla, la abrazó contra su pecho. Al fin la había besado. Catalina "le necesitaba" y eso, no podía ser malo.

domingo, 13 de abril de 2008

Nubes grises, nieve y fuego






Todo se balanceaba. Lentamente. Despacio. Abrió los ojos y ya no estaba en la habitación de las Linces, no podía ser porque no recordaba que el techo tuviera estrellas. Las más brillantes y cercanas estrellas que había visto jamás, incluso en su añorada playa. Levantó la mano con los ojos entrecerrados intentado tocarlas porque realmente parecía que pudiera alcanzarlas. Pero no. No pudo.
Poco a poco se levantó, confusa por no saber dónde estaba. ¿Había salido del Castillo y no se había dado cuenta? ¿Quién la había llevado allí?
La sorpresa fue aún mayor cuando al sentarse por completo, comprobó anonadada que estaba en una barca, en medio de un río de color negro azabache. Parecía no tener fondo, e instintivamente se agarró con fuerza a los bordes del pequeño bote. ¿Qué hago aquí? No puede ser... Estaba en la habitación, en mi cama... creo...
Miró a su alrededor asustada, sin ver nada, ni una sola luz que indicara un camino a seguir, solo la luz de las enormes estrellas. Tengo que hacer algo. Y se asomó por el borde de la barca, pero nada. En el agua no se reflejaba nada, ni siquiera las estrellas. Asustada se puso a llorar. Esaba perdida, perdida.....



-Perdida.... ¡Perdida! -se despertó sobresaltada, sudando y jadeando en la cama de la habitación donde se había quedado dormida comiendo chocolate.

Por toda la cama quedaban rastros de él: pastillas aún sin comer, el papel que lo envolvía de color celeste con dibujos de unos animalitos peludos en movimiento, y algunas pasas rojas regadas por la manta de la cama. Gracias a Dios, las cortinas aún estaban echadas, pero Carla no estaba segura de que las chicas no la hubieran oido. Con el grito que había dado, la habrían oído hasta debajo del lago termal. Gilipollas....
Se destapó despacio para abrir las cortinas y comprobar que todo estaba en orden. De rodillas en los pies de la cama, cogió con cuidado donde acababa una de las cortinas pegada a la siguiente y la abrió lo más despacio que pudo. Nada. Todo en orden. Gabriela en su cama, como siempre durmiendo con su pequeño antifaz "de otra forma no puedo dormir" solía decir. Alejandra, boca abajo, como cada mañana, con las sábanas revueltas y recolgando por un lado de la cama. Uff... por poco....
Decidió levantarse de la cama para darse una ducha que la refrescara antes de bajar a desayunar. Su sorpresa fue mayúscula cuando al asomarse por la ventana antes, sus ojos vieron el paisaje más hermoso y más blanco de toda su vida. Nieve. Al fin nevaba en Salmanfortis.




En la habitación de los lobos, tanto Rodrigo, Nakor como Joel aún dormían. Se habían pasado la noche charlando de las chucherías que habían traído, de quidditch y como no, de chicas. Un tema que desde hacía varios días no los dejaba indiferentes.... a excepción de Joel, que aunque más reservado, les había confesado a sus amigos que había un chico. Pero eso sí, no les había dicho quién era. Soportar sus presiones, amenazas y extorsiones -que solían estar dedicadas a pensar alguna forma de vengarse cuando supieran su identidad- había sido la tarea más dura que había aguantado jamás. Pero había logrado salir indemne de la prueba de fuego.



A penas unos rayos de luz. Ya había amanecido y en la habitación de los Osos donde dormía Catalina comenzaba a emanar una tenue luz proviniente de la ventana más cercana por la que entraban los primeros rayos dándoles los buenos días.
Pero era sábado y no tenía costumbre de levantarse temprano los fines de semana, al contrario que el resto de sus compañeras. Con un gesto de la mano, hizo que se corrieran las cortinas para sumirla de nuevo en la más absoluta oscuridad y como no, seguir durmiendo.




Ella, por el contrario, siempre se levantaba temprano. A menudo para las clases, a veces sin motivo. Otras veces simplemente no se sentía a gusto en la cama y le empezaba a doler la cabeza si se pasaba de hora. Resultado: madrugaba todos los días. Algunos buscaba a Rodrigo, la mayoría buscaba a Tomás. Pero la pregunta que se hacía a todas horas siempre era la misma "¿Por qué narices estoy saliendo con Rodrigo?" Y su respuesta siempre era la misma "Tengo, TENGO que hacerlo" convenciéndose, cada día con más fuerza, de que era lo que debía hacer.
Las palabras de Alora retumbaban en su cabeza todas las noches al irse a la cama, en la que casi siempre acababa llorando:

Un sangre pura sembrará el caos en el colegio,
intentando hacer daño tanto a la propia Escuela como a los alumnos de las diferentes Casas.
Solo la persona a la que ama podrá devolverle al buen camino guiándole por la senda de la luz.
Para así acabar con la oscuridad que se cierne sobre el futuro de las Cinco Casas.

Aún recordaba el gesto de la antigua profesora al pronunciar la profecía.... las pupilas diltadas, la mirada fija en algún punto que ella no lograba vislumbrar, la voz... esa voz de ultratumba que ponía los pelos de punta.
Cada vez que lo recordaba se le erizaban los vellos de la nuca.
"Un sangre pura sembrará el caos en el colegio.... solo la persona a la que ama podrá devolverle al buen camino...". Cada día pensaba en esa frase. No había pensado en otra cosa desde que regresó a la escuela. Porque si resultaba que Rodrigo era esa persona, ella tenía que hacer algo para evitar a toda costa que destruyera Salmanfortis.
La mayor parte del tiempo afrontaba su carga con resignación, después de todo, Rodrigo no era ni mala persona -de momento- ni feo del todo. No. Era guapo, había que reconocerlo. Pero a pesar de todo, ella estaba perdidamente enamorada de Tomás y por eso todo este asunto era más complicado.
Lo único que le aterrorizaba es que Tomás se cansara de esperar a que dejara a Rodrigo, que se cansara de ella y de sus negativas a estar con él únicamente. No podía hacerlo. Si ese momento llegara, no sabría qué camino elegir, aunque si por ella fuera estaría para siempre con Tomás, su amor, su ÚNICO amor.




Andrés por el contrario ya estaba despierto, duchado, vestido e iba de camino hacia el Salón. Se había despertado con demasiada hambre a saber por qué, ya que por la noche había cenado como si le fuera la vida en ello. Pero no importaba. Se había acostado temprano aprovechando que sus compañeros de habitación se habían quedado en la Zona Común jugando un torneo de ajedrez mágico entre todos los Delfines, en el que no tenía ganas de participar. Pero para variar, un madrugón en sábado le daría infinitas posibilidades....




Ángel ya estaba desayunando cuando Andrés entró por la puerta. Éste le saludó con la cabeza y aquel hizo lo mismo con la mano. Estaban en diferentes casas pero se conocían de los partidos de quidditch. Los jugadores de las distintas Casas siempre hacían cosas juntos, como partidos amistosos, entrenar cerca, ver las jugadas del resto de equipos, y cosas así.



A pesar de que aún eran las nueve, el Salón no estaba lo que se podría llamar vacio. Alrededor de las cinco mesas se disponían alumnos desayunando y riendo con algunos compañeros que pretendían hacer una excursión por el bosque, otros que junto con pergaminos y plumas desayunaban haciendo los deberes, algunos estaban sentados con ropa de abrigo llenos de nieve fresca después de haber salido a disfrutar de la recién reposada y fina nieve, otros no tramaban nada bueno... Si no llega a ser porque estaban dormidos, en ese último grupo hubieran estado "los Lobos".




Cuando por fin se despertaron, tanto las Linces como los Lobos bajaron a zancadas, saltando de tres en tres las escaleras que llevaban a la entrada del Castillo. Ni Carla, ni Alejandra, ni Rodrigo habían visto la nieve. Nunca. Jamás. Y cada caño ese espectaculo se grababa en sus retinas hasta que llegaba el año siguiente, la siguiente nevada. Con seguridad, en tres meses acabarían hartos de nieve, sobre todo por el frío que la acompañaba. Pero la primera, la disfrutaban como críos, como si fuera la primera vez que la veían en su vida -ya que vivían en lugares que jamás, ni por un descuido nevaba- como si fuera la última vez que la verían. Detrás de ellos tres, Gabriela, Joel y Nakor se ponían las manos en la frente en señal de estan todos locos como cencerros. Joel se apoyó en la balaustrada de entrada al Castillo con los brazos cruzados.

-¿Qué os parece esto? pss....
-Son como críos -Gabriela puso los ojos en blanco.
-Todos los años igual.... hay que ver.... -Nakor también se había sentado, pero en las escaleras de la entrada.

Los tres miraban a los chicos que se tiraban bolas de nieve, o se tiraban al suelo haciendo ángeles con los brazos y als piernas bajo las incrédulas miradas de sus amigos.
Rodrigo, cansado de los comentarios de Nakor acerca de que si fueran mas tontos serían trolls, hundió las manos en la nieve e hizo la bola más grande que pudo con el diámetro de los guantes impermeables, para después estampársela en la cara a Joel, porque por desgracia, Nakor había visto sus intenciones y la había esquivado justo a tiempo.

-¡¡Joder!! ¡¡Rodrigo, te mataré!!!

Y Joel corrió hacia donde estaban para hacer lo mismo.

-¡Qué cojones? Yo también me apunto ¡¡¡Os vais a enterar!!! -cogió la nieve que descansaba entre los escalones y se la tiró a Gabriela.
-¡¡Serás cabronazo!! ¡¡¡Ahora verás!!!


La mañana pasó entre juegos con bolas de nieve, trineos mágicos y muñecos helados con las caras de los profesores. Entre miradas fugaces de cuatro de ellos y prometedoras sonrisas tanto de Lobos como de Linces. Gracias a Hécate Joel no se dió cuenta -o si lo hizo, disimuló perfectamente-, pero gabriela.... Gabriela siempre, siempre iba más allá.
Pronto llegó la hora del almuerzo y con tanto ejercicio los chicos tenían el estómago tan vacio como una bolsa para atrapar Pringcous. A las dos justas decidieron ir a almorzar, ante la insistencia del estómago de Nakor.

-Está bien, Nak.... ¿nadie te ha dicho que eres pesado de cojones? -Rodrigo intentaba quitarse la nieve de encima.
-Si. Tú mil veces pero me la suda -le apareció un brillo en los ojos cargado de travesura.
-Si te lo digo es porque lo eres. Ya vamos, así que cállate la boca.

Alejandra soltó una risita, y Nakor la miró con una sonrisa arrebatadora.

-Lo tengo controlado ¿lo ves? Siempre hace lo que yo quiero. Menos en la cama, que entonces soy yo el que le hace caso en todo.... es que me gusta ser el sumiso ¿sabes?

La boca abierta de Alejandra y sus ojos como platos lo decían todo. Maldito cabrón. No podía cerrarla aunque quería hacerlo. Lo que acababa de decir era.... ¿coña, no?

-Joder Nak, ¡no cuentes nuestras intimidades! Es de mala educación hablar de nuestra vida sexual delante de la gente.

Y ahora fue Carla la que abrió la boca de par en par mientras se le aceleraba el corazón.

-Eso es... ¿coña verdad?
-No, nos encanta acostarnos juntos ¿por? -respondió Rodrigo con una carcajada.

Las dos soltaron un gritito casi inaudible a la vez. Fue entonces cuando Joel se dio cuenta de lo que pasaba. Rodrigo y Nakor.... simplemente entraron al castillo bajo la mirada de las dos chicas, riéndose como nunca, abrazados por los hombros mientras Nakor le daba empujones, y Rodrigo intentaba esquivarlos.

-Fli-po.
-Carla, cierra la boca o te entrarán Saxems.
-Joder Gabi, ¿has escuchado eso?
-Están de coña tia...
-¿Seguro?
-Seguro -contestó Joel que había visto la escena completa, y sonreía con los ojos. -Os puedo asegurar, que esos dos son tan heterosexuales como un buscador de madera para varitas. -se dió la vuelta y entró al castillo en dirección al Salón sonriendo y mirando hacia atrás.
-¿Qué cojones ha querido decir con eso? ¿Lo sabéis? -Alejandra flipaba.
-A saber.... ese tío es raro de cojones -le respondió Carla.
-Pero tiene más razón que un santo -les dejó caer Gabriela y también entró.
-Aunque... ¿de qué hablamos? Esta también es tela de rara.

Y riéndose ante el comentario de Alejandra, las dos entraron por último directas a almorzar junto con sus amigos. Tras una suculenta comida, todos volvieron a las Zonas Comunes para descansar.



Al llegar la tarde, las chicas decidieron separarse.

-Yo tengo que estudiar -soltó Gabriela.
-Yo iré a la biblioteca, aún no he hecho la redacción sobre el encantamiento Procotor y es para el lunes. -sentenció Alejandra.
-Vaya dos.... está bien. Yo me iré a dar una vuelta. O quizá me bañe en el cuarto de baños de Encargados del sexto piso. Total, allí nunca va nadie.
-Ten cuidado Carla. Cierra la puerta con la varita y haz un encantamiento Sellador para que nadie pueda abrirla.
-Tranquila Gabi, estaré bien -le guiñó un ojo.

Carla prometió que lo haría. Tras eso, las tres salieron de la Zona Común en diferentes direcciones.
Alejandra recogió sus pergaminos y su pluma, los metió en su bolsito de cuero color lavanda y salió en dirección a la biblioteca. Gabriela cogió de encima de su baúl "Adivinación para Adivinadores" y con una bolsa de lagartijas de sabores, enrollada en una bufanda amarilla que caía más que el abrigo negro que llevaba puesto, salió por la puerta de la Zona Común en dirección hacia el lago termal. Era el único lugar en el que se podía estudiar estando al aire libre, porque con seguridad estaría exento de nieve gracias al calor que irradiaba alquel lugar.
Carla por el contrario, cogió ropa limpia, jabón de canela hecho por elfos y una toalla tan grande que podría envolver a dos personas. Antes de irse recordó las palabras de Gabriela y volvió a por la varita. Después bajó las escaleras de los dormitorios y salió de la Zona Común en dirección al sexto piso donde se encontraba el abandonado baño de Encargados.
Cuando entró, estaba vacío, como había supuesto. Suspiró al ver la gran bañera redonda y enorme. Dejó la ropa en una balaustrada que acompañaba a las escaleras para llegar a la bañera y admiró el lugar. Siempre impresionaba la luz que entraba por el hueco al aire libre que se abría en el techo y por el que, mediante magia no entraba ni una pizca del frío polar del exterior. Todo era de un blanco lácteo, casi virginal. No se podía explicar la sensación de paz que daba esa visión. Extasiada, bajó las escaleras y abrió los grifos en forma de perfectas "S" que se situaban encima de la bañera. Se llenaba con rapidez, así que se desvistió. Cuando acabó de quitarse la ropa, ya estaba llena. Se metió y apoyando la cabeza sobre el borde, decidió relajarse lo que quedaba de tarde.



Había olvidado su pluma de ninfa. Estaba seguro que la tenía cuando estaba haciendo los deberes en al biblioteca, así que corrió bajo la esperanza de encontrarla caída en el suelo. La biblioteca estaba a punto de cerrar y debía darse prisa si quería recuperarla antes o el lunes tendría que escribir con una de las antiguas a las que tanto odiaba. Los chicos que caminaban en dirección contraria pasaban a toda velocidad, borrosos incluso. Más, más rápido. Dobló la última esquina y...


-¡¡Auchhhh!! ¡¡¡Ay!!!
-¡¡¡Joder!!!! ¿Qué cojones....?

Levantó la mirada y.... dios, ¡no puede ser! Encima suya estaba Alejandra. No sabía cómo, pero había chocado con ella al doblar la esquina, resbalando. Casi la destroza.

-¿Estás bien? Lo siento, no era mi intención, disculpa... -Nakor no sabía como disculparse.
-No te preocupes, estoy bien -Alejandra obviamente NO quería que se disculpara.

Al fin lo tenía cerca y era mucho mejor de lo que había imaginado. Estaba encima suya. A menos de un plamo de distancia sus ojos, su boca, su dulce pero terriblemente perversa mirada. La travesura en sus labios, dibujada por pintores flamencos. Qué labios, dios mío. Debe ser pecado besarlos. La mente de Alejandra volaba sin alas, recorría el castillo y volvía a ese instante visto desde afuera. Su corazón, él sí, estaba desbocado. Su conciencia le dictaba que le besara, pero debía ser prudente.
La cara de Nakor, era un poema. Por un lado asustado, boquiabierto, colorado. Por otro, le brillaban los ojos como nunca, y su paladar había comenzado a salivar como si tuviera delante un dulce de chocolate al que se comería de un solo bocado. ¿Qué cojones.... ? Para su sorpresa, no pensó en Catalina en ese momento. Es más, no se había acordado de ella en todo el día. Y por un segundo se sintió culpable.


-Perdona, no me di cuenta de que estabas...
-Yo si que lo siento.... -Alejandra se levantó, no sin pensarselo dos veces y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.
-Gracias -respondió él y recogió del suelo las cosas de Alejandra antes que las suyas -toma, lo siento, de verdad que lo siento.... iba a buscar mi pluma, se me ha olvidado en la biblioteca.
-¿Te refieres a esta? -la sacó del bolsillo de su bolso morado y se la enseñó. Los colores de la pluma brillaban bajo la luz de la ventana cercana -estaba en el suelo de la biblioteca, así que la cogí para dejársela a Alizia por si alguien la reclamaba.
-¡¡¡Gracias!!! ¡Me has salvado la vida!
-Tampoco tanto.... he salvado tu pluma nada más -Alejandra le sonrió, pensando de momento, Nakor.
-¿Ibas hacia la Zona Común?
-Si, ya he acabado de hacer los deberes...
-Te acompaño, ¿qué menos para agradecerte que recogieras mi pluma?
-Vale.

Y con una sonrisa, le acompañó hasta la puerta.




Gabriela, pasó toda la tarde estudiando bajo una pequeña haya al lado del lago termal acurrucada con las piernas sobre el pecho y el libro encima de sus piernas. Al atardecer, decidió volver al Castillo antes de que anocheciera. Pero en el justo momento en que se levantaba para irse, Andrés le cortó el paso bajo la atónita mirada de Gabriela.

-Hola -sonrió el chico.
-Ho.... la... ¿Qué haces tú....
- ....aquí? Supongo que lo mismo que tú. Escapar del bullicio de la gente para poder estudiar en paz. Es una lástima que ya ni en la biblioteca se pueda. Al menos yo no me concentro allí, y por lo que veo, tu tampoco.
-Si... o sea, no. Es decir, es verdad. He venido a estudiar porque aquí estoy más tranquila.

No podía mirarle a los ojos. Era superior a ella, sabía que se ponía colorada nada más mirarle, contra más si hablaban. Por eso miraba al suelo, siguiendo con los ojos a un par de bichitos que andaban entre la hierba.

-¿Son más interesantes ellos que yo? -le dijo cuando se dió cuenta de lo que miraba.
-¿Qué? ¡No! ¡¡Claro que no!! -más colorada aún.
-Mírame.

Ella le hizo caso. Levantó la vista lentamente, recorriendo su cuerpo, desde los pies a la cabeza. Se percató de que tenía la corbata desabrochada y la camisa abierta un par de botones, por donde se veía su sudoroso pecho a causa del calor. Diossss.....

-Te ví. Estabas el día del Patronus ¿verdad?
-¿Qué... ? -estaba atónita - este... si.
-Lo sabía.... -y después de pensarlo un segundo le preguntó -¿Quieres venir a cenar conmigo?

Gabriela estaba blanca, patéticamente asustada, aterrada, descontroladamente colorada después.

-Yo...
-Bueno, si no quieres, no te puedo obligar.
-¡¡Claro que quiero!! -joder, dime que no he dicho eso.
-Genial entonces.... ¿vamos?
-Em.... -lo he dicho -vale....

Mientras Gabriela llevaba el libro entre los brazos, Andrés se atrevió a pasarle la mano por el hombro. Gabriela no se lo cría. Volaba. La vuelta al Castillo fue demasiado corta. Extremadamente corta.




Carla llegó a la Zona Común tan relajada que al meterse en la cama no podía dormir. Una vuelta, dos, tres, veinte. Al final decidió hacer algo. El lago... no estaría mal. Salió de la cama dejando las sábanas revueltas, cogió el bañador y se lo puso, una toalla, un abrigo, la varita y la capa. Se la puso y salió por la puerta de la Zona Común. Llegó hasta la puerta del Castillo sin problemas -no sin encontrarse a un par de Encargados haciendo la ronda- y salió en dirección al lago. Las huellas de sus pies se clavaban en la nieve, pero no importaba porque no había nadie fuera. Aligeró el paso hasta llegar. No había nadie. Dejó las cosas encima de la arena, incluído el bañador y con la varita hizo aparecer un par de luces fatuas -un hechizo que había conseguido hacer en segundo-. Antes de nada, aspiró el aire caliente, en busca del olor a sal, pero no lo encontró. No estaba en su playa, sino en Salmanfortis, y aquel agua era dulce, mineral, caliente. Nada que ver con el agua salada del mar.
Con un nudo en la garganta se metió en el agua, tan tibia que la animó enseguida. Buceó hasta el fondo, que podía verse con claridad gracias a la luz que emanaba su hechizo. Después nadó hasta el árbol que se situaba al final del lago, donde acababa cortado por las montañas ahora nevadas.
No pudo evitar recordar el día en que se encontró con Rodrigo por primera vez en ese mismo lugar. Miró las estrellas, las mismas que estaban presentes aquel día.
De repente, un suave chapoteo la sacó de sus cavilaciones.
Alguien había entrado en el lago. La habían seguido, estaba claro, por lo que seguramente la castigarían. Se echó hacia atrás, contra la pared que formaban las montañas bajo el gran tronco del árbol.


-¿Hola?

Silencio.

-Estás ahí, lo se. Eres tú. Has vuelto a este lugar.

Joder, era Rodrigo. ¡¡Rodrigo!! Decidió contestarle. Deseaba contestarle y lo hizo.

-Si, estoy.
-¡¡Lo sabía!! Decidí venir. Vi tus huellas en la entrada del Castillo, y tu ropa en la orilla. No eres una ninfa, ni ningún otro ser mágico ¿verdad?

Mierda, mierda ¡mil veces mierda!

-¿Tu qué crees?
-Que eres real.
-Pues.... -no podía negárselo, sería peor -pss.... tienes razón. Vivo en el Castillo.
-¿Quién eres?
-Eso no puedo decírtelo. Lo siento.
-¿Por qué?
-Porque no.
-Está bien, ¡está bien! Espera no te vayas.

Carla había intentado salir del tronco, pero no podía escapar, los fuegos fatuos revelarían su identidad. Joder, y la varita está en la orilla.... ¡Si la ha visto estoy perdida!

-¿Qué quieres?
-Pasar un rato contigo. Me da igual no saber quién eres....

Dios... era tan.... tan.... ¡perfecto! Y ¿por qué no? Estaban a solas ¿no?

-Está bien... -accedió mientras dejaba que Rodrigo se acercara.

Estaba excitado ante la idea de volver a acariciar esa piel, tan suave como debía serlo la luna, y ¿por qué no? besar de nuevo esos labios tan esponjosos y gruesos y dulces... con sabor a canela si no recordaba mal.
Rodrigo se sumió en la oscuridad del árbol y se acercó más a ella, más, aún más. Apoyó las manos en la pared de roca con ella entre sus brazos, contra su pecho, rozándola con los músculos de los brazos. Levantó una mano, le rozó el hombro izquierdo. La mano derecha se dirigió después hacia los labios... quería tocarlos antes de besarlos, lamerlos antes de morderlos. Probarlos una y otra vez. Ella gimió, y en la oscuridad Rodrigo sonrió: Eres mía.
Tuya, tuya, solo tuya pensó. Lo era, claro que lo era. Desde el primer día que lo vió. Siempre.

-Quiero que lo seas de verdad. Solo mía.
-¿Có... mo... ?
-Aquí y ahora.... mía.
-Tu... ya... ?
-¿No quieres?

Uo, uoo, uoooo. Esto iba demasiado deprisa para ella. No estaba preparada. Además, ¿no se suponía que quería a Julia? No podía hacerlo.

-¡No!
-¿No?
-No.... claro que no.... No así, no ahora.

Se soltó como pudo de sus brazos y se metió bajo el agua. No sabía cómo, pero buceó hasta la orilla y salió lo más rápido que pudo. Se puso el abrigo y los zapatos, nada más -y nada menos- y corrió hasta el Castillo dejando a Rodrigo en el lago. Confuso, sudando a pesar de estar en el agua, rígido y sin palabras.
No puede ser, no puede ser ¡¡Soy gilipollas integral!! Rodrigo era para mi sola ¿¿¡Se puede saber por qué soy tan tonta!??






Quizá la respuesta la tuviera a la vuelta de la esquina, dentro del castillo. Corriendo entró bajo la capa. No le importaba se le veían. Pero se paró en seco al entrar. No podía creer lo que estaba viendo. ¡Era imposible! ¡¡¡Julia!!!! con ¡Tomás!
Se estaban besando en medio de la entrada.

-Aquí no Tomás.

Ella le arrastró de la mano hasta una zona a oscuras cerca de la puerta de un escobero. Le volvió a besar, entre gemidos y suspiros de los dos. Más besos, lametones, mordiscos, labios, saliva, caricias a oscuras...

Carla no podía verlo. Era superior a ella. Pensaba en el pobre Rodrigo, en cómo él la había dejado a ella para irse con Julia porque la amaba.

-Cabrona... -susurró.

Julia pareció notar algo.

-Shhh, calla -le dijo en voz baja mientras miraba alrededor de la entrada intentando escuchar algo bajo la mirada de Tomás.
-¿Qué pasa?
-No sé. Olvidalo. Vamos abajo mejor.

Los dos bajaron hacia las catacumbas, pero Carla decidió no seguirles. Estaba segura de lo que harían allí abajo.
No lo podía creer. No comprendía lo que acababa de ver. Bueno si lo comprendía, pero no lo quería admitir. Sintió un calor en su interior que no la dejaba respirar, con el ceño fruncido miraba hacia el hueco por el que habían desaparecido. Furiosa, demasiado, cerró los puños con fuerza mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. ¿Era posible que su supuesta "mejor amiga" la que le había robado el amor de su vida, estuviera de noche, a solas besando a otro chico mientras pensaba que Rodrigo estaba dormido en su cama? ¿Qué hubiera pasado si en vez de ella hubiera sido Rodrigo el que hubiera entrado por la gran puerta? Seguramente se habría quedado atónito al ver cómo su "querida y angelical" Julia le ponía los cuernos con un chico de su propia casa.... El Capitán de quidditch.... ¡Claro! Había entrado al equipo porque él le había hecho las pruebas -a saber de qué modo-. JO-DER. Ahora todo encajaba. Lo único que quedaba fuera era él, el pobre Rodrigo. Enamorado hasta el tuétano de esa tía que a saber desde cuándo le ponía los cuernos.

Tenía que hacer algo. Claro.... claro que lo haría. No podía permitir que ella le engañara de la manera más cruel, provocando que él no pudiera ser feliz nunca a su lado. Había llegado a una única conclusión: Justicia y ¡Venganza! Dulce, dulce venganza...