jueves, 15 de mayo de 2008

Citas esperadas y encuentros locos



Cerró la puerta del dormitorio con tanta fuerza que las telas del dosel de las tres camas de las Linces bufaron con el aire, en modo de protesta para después volver a su sitio, y se tiró encima de la colcha de su cama que se deshizo en un santiamén.


-¡No lo puedo creer!


Se tapó la cara con la almohada intentando ahogar sus gritos. Pero eso no funcionaba demasiado bien a juzgar por la reacción de Odín que estaba apoyada encima del dosel de la cama, y agitaba las alas sin parar, quejándose de sus alaridos. No podía concebir cómo Julia se burlaba de Rodrigo. Era de un cinismo que rayaba la locura. Volvió a gritar dentro de al almohada mientras ponía en orden sus pensamientos, y buscaba el plan para vengarse de ella.


El cielo, de brillantes colores morado y rojo clamaba por estar presente en la nueva escena que se adivinaba. Andrés le había pedido unos minutos a Gabriela mientras ella iba al baño de la primera planta para arreglarse el pelo un poco, para lo que no necesitaba más de dos de ellos, pero le hizo esperar, como no. Cuando salió al pequeño jardín del ala oeste en el que habían quedado para la cena, Gabriela no podía creer lo que veían sus ojos: todo el jardín brillaba como si millones de burbujas doradas hubieran aparecido llamadas por el viento, que las agitaba suavemente. Dentro de cada una de ellas, las pequeñas lucecitas se movían sin parar, atrapadas para el momento.
El suelo estaba cubierto de niebla. Al pasar parecía estar caminando sobre nubes esponjosas y suaves que se deshacían con el movimiento de las piernas de la chica. Una pequeña mesa baja de madera se situaba en el centro del jardín, rodeada por un sin fin de cojines de una sustancia vaporosa parecida parecida al humo y de color plata que se arremolinaba en espiral formándolos lentamente.
A pesar de ser de noche, se escuchaban gran cantidad de pájaros, al parecer escondidos en los árboles cercanos.
De vez en cuando, una de las burbujas doradas estallaba, y el pequeño insecto que proporcionaba la luz desaparecía volando hacia el cielo.
En ese momento, Andrés se guardó la varita en el bolsillo trasero de su pantalón oscuro a conjunto con su pelo, y con un movimiento de la mano, lo echó hacia atrás, ya que caía alborotado sobre la frente que brillaba con gotas de sudor.
Gabriela no podía moverse cuando llegó al centro del jardín. Lo miraba todo maravillada, era obvio que jamás había visto algo igual. Y mucho menos provocado por un chico de sexto -aquel no tenía nada que envidiarle a los decorados de los profesores-. Sin duda era un gran mago.
Y ahí estaba él, delante de ella, esperando a que Gabriela dijera la primera palabra. Si impacientaba.


-¿Y.... bien?
-Oh...
-¿Qué significa "Oh"?

-Significa que es maravilloso... jamás había visto nada parecido. ¡Es precioso! -con dificultad reprimió las ganas de abrazarle-. ¿Lo has hecho tu todo?
-Ajá. ¿Te gusta?
-Muchísmo. Muchas gracias.
-Eh, ¡eh! que aún no has visto nada... aún falta lo mejor -y con el brazo le indicó que le acompañara a sentarse a la mesa baja-.


El le tendió la mano al estar cerca y las estrecharon mientras caminaban hacia donde se encontraba la cena. Varias esferas brillantes de colores se situaban alrededor de la mesa, cubierta ahora con deliciosos manjares que al parecer Andrés había tenido el gusto de mandar preparar por los elfos del Castillo -eso si, a cambio de algunos favores, ya que estos nunca se andaban con chiquitas en esta clase de cosas- para la ocasión.
Gabriela se sentó sobre los espumosos cojines después de que Andrés esperara de pie a su lado. Éste le sonrió y fue a su asiento. En seguida, las bandejas se destaparon y dejaron ver la cena: tarta de calabaza, pavo guisado, puré de verduras, ensalada de queso, panes y grandes jarras de zumo de arándanos y agua.
Andrés le sonrió y tomó un poco de pastel que se comió enseguida. Por su parte, Gabriela no lo podía creer. Le miraba atontada, fijándose en sus ojos mientras comía, mientras decidía posándolos en aquello que quería comer.


-¡Eh! ¿no tienes hambre? Y yo que había preparado todo esto para ti...


Para mi... ¡no lo puedo creer! En menos de un segundo, se sonrojó como nunca. Sentía demasiada calor para estar en pleno Noviembre. Debería ser el efecto de esa burbuja que rodeaba el jardín y que no dejaba pasar los pequeños copos de nieve que se arremolinaban en lo alto de los árboles que sobresalían de ella.La cena pasó con miradas furtivas y sonrisas provocadoras por parte de los dos.


En la torre del Ala Este del Castillo, dentro del Aula de Observación Astral, Catalina intentaba acabar los deberes que debía entregar al día siguiente. El profesor le había dejado el aula como favor al ver la insistencia de la chica por controlar los meteoros de la constelación de Orión.
Concentrada en el pergamino, de vez en cuando miraba por el telescopio, ajustaba la lente y volvia al pergamino para apuntar algo referente al trabajo.
No prestaba atención a la puerta cuando entró. Se acercó lentamente mientras ella miraba por el telescopio, con la pluma en la mano que dejaba caer algunas gotas dentro del tintero.
Se veía tan interesante.... tan... tan... guapa...


-Si quieres hablar, espérate a que acabe. Puedes sentarte ahí -le dijo señalando una mesa cercana a la suya sin apartar la vista del telescopio -pero no hagas ruido.
-Eh.. vale...


Nakor se sentó a su lado en el sitio que Catalina le había indicado, mirándola embobado cómo de vez en cuando controlaba tanto el telescopio como el pergamino, escribiendo a la vez que miraba. Tras media hora, acabó la redacción sobre los meteoros de la constelación de Orión y al fin se volvió hacia Nakor.


-Gracias por esperar... tenía que terminar esto para mañana y debía hacerlo rápido antes de la hora de volver a la Zona Común.
-No pasa nada. Ha sido interesante... -Catalina alzó una ceja algo escética ante el extraño comentario mientras aparecía una sonrisa en sus labios -...el ver cómo escribias a la vez que estudiabas la constelación, digo.
-¡Ah! Claro, claro... -le sacó la lengua no muy convencida de su argumento.


....Y santo Dios, se controló a duras penas. Sus ojos no miraban otra cosa que no fuera los labios de Catalina. Hacía tiempo que no pensaba en nada más que no fuera en besarlos.
Ella, le miraba con preocupación.


-¿Qué te pasa Nakor?
-Nada.
-Cuéntamelo...
-¿En serio quieres saberlo? -Nakor estaba decidido a contárselo, o mejor aún, a demostrarle lo que le pasaba-.
-Cla... claro -estaba demasiado nerviosa como para no temblar. Algo intuía-.
-Me muero Catalina... me muero porque no hago otra cosa que pensar en ti. ¡Todo el tiempo! Y no puedo más, ¿sabes? Necesito... quiero besarte de una vez. Saber a qué hueles, averiguar a qué saben tus labios, comprobar si tu piel es tan suave como parece ser.... ¿Contesta eso a tu pregunta?


¡Ohh... Dios! Responde todo... es lo que más deseaba oir. Llevaba tanto tiempo esperando ese momento que no sabía qué hacer. Y estaba claro que a él le pasaba lo mismo, pero obviamente no se lo pensó dos veces y se acercó a Catalina despacio. Ella se había levantado sin darse cuenta, y le miraba a los ojos mientras se dirigía hacia donde estaba, decidido, sin dudas. La cogió por la cintura suavemente, y el corazón de Catalina se disparó mientras sus labios se rozaban.
Fue mucho mejor de lo que esperaba: los labios de Nakor eran tan cálidos que el rubor a causa del calor se reflejó en su rostro. Jadeaba. Se miraban. Él le lamía los labios con la lengua. Ella desfallecía, se mareaba, le temblaban las rodillas. El Lobo enredó sus dedos en el pelo de la chica, que olía a menta, sin dejar de besarla. Ninguno sabía parar. No querían. Por un instante, Nakor notó algo salado en los labios. Dejó de besar a Catalina para comprobar de dónde provenía ese sabor....
Estaba llorando. Dos lágrimas salían de sus ojos, inundándolos y resbalando por las mejillas hacia el cuello, mojando la camisa.


-¿Qué pasa? ¿Tan mal beso? -intentó calmarla acariciándole el pelo mientras le miraba profundamente a los ojos con una sonrisa tranquilizadora.
-¡Nada de eso!... es que.... jamás había besado a nadie -le respondió ella ocultando la cara contra su pecho a causa de la vergüenza.
-¿Y..?
-Ha sido lo mejor de mi vida... necesitaba esto... te... te necesitaba.


La cara de Nakor se iluminó con la más enorme de las sonrisas, y tras volver a besarla, la abrazó contra su pecho. Al fin la había besado. Catalina "le necesitaba" y eso, no podía ser malo.