viernes, 26 de diciembre de 2008

Planes Ocultos



-¡Me… haces daño! –gruñó más molesta por la situación que por el hecho de que él le estuviera sujetando los brazos, ahora con menos fuerza.

Tomás lo pensó por un momento –en el que sus sentidos lograron hacerle concentrarse, solo un segundo- y decidió soltarla. Era mejor tener a esa hermosa criatura de su parte. Jamás se había dado cuenta de su belleza hasta que la tuvo tan cerca. Peligroso.

-Lo siento, no sé que estaba pensando. Bueno sí, ese es el problema, que ahora sé en qué estaba pensando.
-¿Ah, sí? Ilústrame… -contestó ella frotándose los brazos amoratados.
-¿No te das cuenta? Pues es muy fácil…
-Sin rodeos, ¿a qué te refieres?
-Vamos a ver… Carla, ¿no? Ajá. A ti te interesa Rodrigo, ¿verdad?
-Rodrigo… no sé de qué…
-No disimules, no hace falta. Sé que estás enamorada de él. Y tú ya sabes que a mí me pasa lo mismo con Julia.
-¿En qué estás pensando?
-Simple. Debemos unirnos para que ellos acaben con esa estúpida relación que no tiene ni pies ni cabeza. Yo sé que ella me quiere a mí… lo que no puedo entender….
-¿…Es el por qué está con Rodrigo?
-¡Exacto! Creo que es una obsesión o algo así. Me dijo… y que esto no salga de aquí o me matará, que no podía dejarle. Algo o alguien le está obligando a comportarse así.
-La verdad es que ninguno de los dos parece feliz. Y es precisamente eso lo que no puedo soportar, que Rodrigo sea desdichado, sea con quien sea.
-…Y aquí es donde entramos nosotros –le sugirió él.
-¿Nosotros?
-Eso es. Debemos hacerles creer que tú y yo estamos… juntos. Es la única manera que se me ocurre para que los celos jueguen a nuestro favor. Si de verdad se lo creen, y no será nada fácil, ambos terminarán con esa farsa. Y entonces los dos tendremos lo que queremos: tú a ese imbécil y yo a Julia.
-¡Oye! Cuidado con lo que dices. Aunque en el resto tienes razón. Es la única manera de hacer que se den cuenta del error que comenten al estar juntos. A ver, ¿cuál es el primer paso?
-Podríamos empezar con nuestro plan en el baile ¿qué te parece?
-No pensaba ir.
-¡Claro que irás! Iremos juntos –dijo Tomás con una sonrisa de oreja a oreja nada lícita.
-¿Juntos? ¿¿Tú y yo?? –respondió ella con la boca abierta.
-Ni más, ni menos. Me enviarás tu lechuza esta misma tarde, que llegue al Salón justamente a la hora de la merienda. Debemos asegurarnos que tanto Rodrigo como Julia ven que elijo tu invitación, ¿entiendes? Es muy importante.
-Entiendo… pero….
-Nada de “peros” . Esta tarde, a la hora de la merienda.

Después de mirar hacia ambos lados, Tomás se escabulló por el pasillo girando en la esquina para perderse de vista. Carla hizo lo mismo: miró cada rincón y cada puerta cerrada antes de irse corriendo hacia la Zona Común de los Linces dispuesta a contarles todo a sus amigas.



De vez en cuando pensaba en su maldita inseguridad. Le apenaba no ser lo suficientemente valiente como para hacer lo que realmente deseaba. A menudo soñaba con ser como los demás chicos, pero eso no sucedería jamás. Él era diferente. Nunca en su vida había deseado estar con ninguna chica y no le parecía extraño: le gustaban los chicos ¿Qué había de extraño en eso? Había pasado por situaciones incómodas antes de aceptar lo que ahora era su realidad… había tenido novias, claro, pero en ninguna de esas cortas relaciones había sentido nada por ellas. Pobres… ¿Pero qué podía hacer? No podía negarse por más tiempo que aquel chico le atraía. Y era una monumental gilipollez albergar esperanzas, pero las tenía. Sentado en un desvencijado sillón de cuero frente a la chimenea pensaba que tal vez (sólo tal vez) ese chico fuera como él. Y por alguna extraña razón todo su cuerpo respondía a ese pensamiento… quizá más de lo que debería responder. En esos momentos intentaba no pensar cómo sería que toda la escuela supiera su secreto, estar a su lado y que todo fuera bien, acariciarle, besarle, dejarse hacer. ¿Acaso era tan terrible? Sin duda no podía serlo mucho más de lo que ya lo era. Terrible estar esperándole, terrible saber que está ahí, y más terrible aún no poder decir ni hacer nada por miedo a su reacción. Desesperadamente terrible.


-Iré solo.



Gabriela se había quedado en la habitación pensando qué hacer mientras interpretaba las cartas. Le dio pocas vueltas. Estaba claro lo que haría.


-Iré a la lechucería e invitaré a Andrés. Todo irá bien. La invitación debe ser especial –se dijo sonriendo mientras cogía pluma y tinta para escribirla.


Después volvió a mirar las cartas que aún estaban sobre la mesa, a su lado y frunció el ceño, algo le preocupaba, y no era para menos… Tendría que estar alerta ese día, pues si alguien con el valor para enfrentarse a su destino la necesitaba, debía ayudar en lo que pudiera.



Al final decidió ir al baile. Sería más fácil controlarlo todo estando entre la gente mientras vigilaba la entrada de los que entrarían en la escuela esa misma noche. No tenía otra alternativa que ayudarles a entrar… pero no podía decir lo mismo de salir. Nadie le había dicho que les debía proporcionar los medios para la huída. Y en esa brecha en las órdenes había decidido hacer lo correcto, pero definitivamente necesitaría ayuda. Se levantó de la silla de la biblioteca y fue directamente a la habitación, donde su lechuza descansaba después de haber traído las órdenes de lo que debía hacer, y la despertó suavemente acariciándole la cabeza.


-Preciosa, tienes que ayudarme. Es importante –le susurró.


Ella le explicó el lugar al que debía llevar la invitación y le dijo su nombre. El animal pareció entender y mientras le ataba el sobre a la pata volvió a decirle lo mismo: Tienes que ayudarme… En ese instante, salió volando por la ventana y se perdió en un instante de su mirada en el azul.



A las seis en punto y con el Salón a reventar, la lechuza de Carla apareció por una de las altas ventanas planeando sobre la mesa en la que Tomás se sentaba. Los chicos que estaban a los lados miraron hacia el techo para ver a dónde se dirigía la pequeña criatura ansiosos de que la invitación que llevaba en su diminuta pata estuviera destinada a ellos, pero no fue así. El animal aterrizó con elegancia sorteando todos los platos que se situaban en frente del chico y cuando se hubo asegurado que todo estaba en su lugar mirando la mesa con sus ojos dorados, alzó la pata, y con ella el sobre que venía a entregar. Él sonrió y desató con cuidado la invitación que llegaba justo a tiempo, pues en ese preciso instante, aparecieron los tres: Rodrigo seguido de Julia que le hablaba de algo bastante emocionada, y detrás de ellos Carla, que a juzgar por los susurros y la mano tapando su boca, estaba contándole algo a sus amigas tan bajito que casi no se enteraban de nada. El plan había funcionado, pues tanto Rodrigo como Julia se habían parado en seco para admirar la escena en la que Tomás cogía la invitación de Carla.


-No puede ser… -susurró Rodrigo entre dientes pues conocía bien a ese bello animal.
-Increíble. –contestó Julia casi al mismo tiempo en voz baja.


Era el momento de entrar en acción. Carla se adelantó a las chicas y pasó por el lado de los tortolitos guiñándole un ojo a Tomás, que le envió un beso desde la mesa y se guardó la invitación en el bolsillo del pantalón. Justo detrás, Gabriela y Alejandra no daban crédito a lo que veían, pues Carla no había tenido tiempo de contarles todo lo sucedido, y el plan que ella y Tomás estaban empezando a tejer, pero a pesar de sus caras, todo estaba saliendo según lo previsto. Al menos de momento.



Menos mal que toda la escuela los conocía, porque de no ser así pensarían que estaban peleando. Pero lo que en realidad hacían era discutir por los pasillos sobre las tácticas empleadas por los equipos de la liga internacional de quidditch.


-Estás loco, ¿lo sabías? ¡Eso no tiene nada que ver! Allué es el mejor capitán de todos digas lo que digas –gritaba Nakor al pasar.
-Ni hablar, Adam es el mejor. Los Leones Voladores no han perdido ningún partido en toda la temporada. Los Rayos no pueden decir lo mismo, ¿a que no?
-¡Bah! Tonterías. Los Rayos son los amos. ¡¡Ganarán la Copa!! –aullaba eufórico alzando los brazos y mirando al techo, mostrando una sonrisa reluciente.
-De ilusiones también se vive, chaval –se mofaba Ángel mientras convocaba un gran león que volaba alrededor de Nakor.
-¡Haz que pare! –Nakor cogió su varita y convocó un rayo dorado que simuló chamuscar al león, que desapareció al instante.
-¡Perdedor! ¿Qué te apuestas a que no ganan Los Rayos? A ver, ¿no eres tan valiente? Apuéstate algo, si te atreves.
-¡Pfff! ¿Cobarde yo? Veamos… podemos apostarnos unos cuantos Reales Mágicos ¿te parece? –retó el Lobo.
-¿Reales…? Yo no…
-Bueno, si no tienes dinero… podríamos apostarnos algo mejor. El que gane le pedirá al que pierda algo que tenga de gran valor. ¿Estás de acuerdo?
-Completamente –dijo el Lince que ya sabía lo que quería de Nakor y sonrió entre dientes ante la idea de obtener esa brújula de la que había oído hablar. Sabía que Los Leones Voladores ganarían la liga, estaba seguro.
-Genial, así quedamos. Bueno tío, nos vemos en el Salón. Tengo que irme. ¡Hasta luego! –le respondió Nakor que tenía la misma certeza que Ángel de que Los Rayos serían los ganadores.


En ese instante, y cuando todavía Nakor no había doblado esquina más cercana, una lechuza, la más pequeña y graciosa que había visto, se posó en el suelo justo delante de Ángel y se miró la pata donde estaba atada la invitación al baile. El chico la cogió seguro de que esa pequeña criatura sería de Carla –ya que nunca la había visto, ¿pero de quién más podía ser?- y por lo tanto, había recapacitado después de la conversación del campo de quidditch y había decidido invitarle al baile para hacer las paces. Lo que no podía imaginar, era que ese sobre no iba destinado a él… se dio cuenta cuando abrió el pequeño sobrecito y no reconoció la letra: No pensaba ir, pero ya que al parecer no tengo más remedio y dado que creo que aún no te lo han pedido, ¿Querrías ir conmigo al baile?
Estaba asombrado, pero ya no podía hacer nada pues había aceptado la invitación al cogerla. Tendría que ir con la anónima dueña de aquella preciosa lechuza.


-No sé quién es tu dueña, pero dile que acepto –le dijo serio con la nota en la mano.
El animal entendió y alzó el vuelo de nuevo, dejando a Ángel entre asombrado y asustado por la reacción de Carla, y por no saber de quién iría acompañado.
-No sé por qué, pero me da la impresión que estoy metido en un buen lio… -susurró para sí mismo mientras veía cómo la lechucita se perdía por la ventana.



Si a pocas horas de la fiesta aún no había recibido su lechuza, significaba que ella no pretendía ir al baile.


-¡Eh, Joel! ¿Con quién irás al baile?
-Pff… con nadie Nakor. Iré solo –le respondió Joel con cara triste.
-¡Estupendo! Iremos los dos juntos. ¡No me mires así! No quiero ligar contigo, hombre, pero no pretenderás que alguien como yo vaya solo al baile de Navidad, ¿no? Soy un caramelito entre tanta gata suelta –soltó riendo ante la cara de Joel, que parecía aterrado ante la escena.
-Bueno… al menos no tendré que ir con una chica –sonrió Joel a la vez.
-Ya veremos qué pasa en el baile, chaval –y eso parecía más una promesa que otra cosa. Sobre todo ante la mirada perversa del Lobo más travieso que había pasado por Salmanfotis.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Parejas para el rock&roll




Era extraño, pero a pesar de que no hacía más de un mes que habían llegado a la escuela ya estaban considerados como una de las parejas más populares de Salmanfortis. Obviamente no eran pareja, pero nadie lo sabía y nadie se planteaba que ellos, tan perfectos, reservados, guapos, raros y siniestros cuando estaban juntos, pudieran ser diferentes cuando estaban separados. Anne, que por lo general era simpática, extrovertida y dulce, se convertía en alguien seria, introvertida y distante. La chica perfecta para Edén. Él, por el contrario, siempre era así y por lo general era algo que le encantaba a todas en aquel lugar. Por eso no era raro que en la última semana estuviera rodeado de lechuzas allá a dónde iba.

-¿Qué te parece? –le preguntó Edén.
-¿Te refieres a que estés todo el día rodeado de lechuzas a pesar de ser “el nuevo”? ¿O al hecho de que aún no hayas escogido ninguna? –rió ella entre dientes al ver su cara de desagrado cuando mencionó la idea del baile.
-No iré a ese estúpido baile, olvídalo ¿quieres?
-No puedo olvidarlo, ¡solo quedan dos semanas! Será estupendo, ¿recuerdas las de nuestra escuela? ¿Cómo serán aquí?
-No lo sé, pero tampoco me importa. En el último al que fui, la chica a la que invité se piró con un estúpido Gryffindor y me pasé el resto de la noche bebiendo ponche para olvidar el plantón de esa maldita…
-¿Te gustaba? Ella, quiero decir.
-Sí, pero no me importa, ya lo he superado. Aunque aún recuerdo sus ojos y su pelo castaño, su olor, su cuerpo… ¡Pero en fin, eso pasó! Y ahora estamos aquí. No iré a ese estúpido baile, no podrás convencerme.
-Mira, lo cierto es que no tengo con quién ir, así que me quedaré contigo si quieres.
-Estupendo. Podríamos mirar cómo baila el resto… en serio, no quiero que te quedes por pena.
-¡Nada de eso! Podríamos bajar a la cocina, “tomar prestado” algo de comida y hacer nuestra propia fiesta en algún lugar del castillo, solo nosotros dos. ¿Qué te parece?
-Si tú quieres…
-Decidido. Buscaré algún lugar en el que no nos molesten –sugirió Anne sonriéndole, decidida a pasar un buen rato con su compañero de escuela.

Era raro, pero era la primera vez que Edén se mostraba tan cercano. Nunca le había hablado de sí mismo, de su vida o de esa chica. Debía haberle hecho mucho daño para que no quisiera ni oír hablar de la fiesta en el castillo. Al parecer también tenía sentimientos… pero nunca los había querido mostrar, hasta ahora. Anne se sentía en este momento mucho más cerca de él que nunca y tenía que ayudarle a superar su pena, tendría que enseñarle el modo de volver a ser él mismo. Estaba claro que era así por sus malas experiencias pero ella le demostraría que la vida podía ser bella y que tenía que seguir viviendo con ello a su espalda.



En la lechucería reinaba el silencio. Solo el sordo ulular de los animales rompían la calma cuando Alejandra entró en busca de la suya, que bebía en un pequeño abrevadero situado en lo más alto de la pequeña torre. Subió la escalera y allí la encontró, en el borde bebiendo agua fresca. Se acercó a ella despacio.

-Lola, tengo un encargo para ti. Tienes que llevarle esto a Mario.

La lechuza asintió como si entendiera lo que tenía que hacer y una vez Alejandra le hubo sujetado el pequeño sobre en una de sus patas, alzó el vuelo y salió por la ventana más cercana en dirección al castillo. La chica suspiró y bajó las escaleras para volver con sus amigas.




¿Supuestamente habían cortado? Se sentía rara, como si no estuviera en su cuerpo, sino fuera de él mirando todo lo que le sucedía desde otro plano. Otro punto de vista, pero igual de triste. Le estaba haciendo daño a Ángel y eso era algo que no podía soportar... era demasiado bueno. No le merezco susurraba por los pasillos mientras deambulaba de un lado a otro sin un camino fijo. Y de repente.....
-¡Auh! ¡Mira por dónde...! ¡¡Joder!! -aulló sujetándose el brazo.
-Lo siento... no te había visto y.... -respondió ella mirando al suelo con los ojos encharcados en lágrimas.
-¡Oh, vaya! Tranquila, no pasa nada. Me repondré. He salido de cosas peores. -dijo el chico con una gran sonrisa -¿Estás bien?
-Lo cierto es que no. Pero tranquilo, he salido de cosas peores -intentó ironizar Carla cuando alzó la vista para ver el rostro de Tomás -Ah, eras tú... -estupendo, el perrito faldero de Julia. Lo que faltaba para completar el día.
Carla intentó esquivarle para seguir caminando cuando él le cortó el paso.
-Perdona, no quiero ser entrometido, pero si te pasa algo puedes contármelo.
-Claro, ¿por qué no contarle mis problemas al mejor amigo de Julia? -le soltó ella matizando las palabras mejor amigo. Sabía lo que había entre ellos desde hacía tiempo... y a decir verdad, no sabía por qué no se lo había dicho a Rodrigo. Debo ser gilipollas, definitivamente.
-Mejor... amigo... ¿A qué te refieres? -inquirió Tomás nervioso.
-Mira, déjalo. No estoy de humor...
-Julia y yo... ella y yo somos...
-¿Amigos? Vamos, Tomás. Eso se lo podrás decir a otro. Sé lo que sois, sé que os veis a escondidas, a espaldas del pobre Rodrigo. ¡Os vi!
Tomás la cogió del brazo para sujetarla. Tenía que hacer algo, esa chica sabía su secreto y aún recordaba las palabras de Julia: Si alguien sabe lo nuestro, tendré que dejarte, porque no puedo permitir que lo mío con Rodrigo termine ¿entiendes?. Le apretó con más fuerza y la atrajo hacia él, sujetándole ahora los dos brazos.... El corazón se aceleraba.... la respiración al mismo tiempo, dando los mismos latidos. En los oídos se escuchaban acelerando, fréneticos. En el aire solo una melodía, la del olor de su cuerpo mientras la sujetaba.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Cuando la décima Luna llore alegre....





Domingo. Otra semana más. Cada día estaba más cerca el momento que tanto temía, ya apenas quedaban un par de semanas antes del baile. El baile… Acababa de caer en la cuenta de que aún no había invitado a nadie, pero lo cierto es que no tenía cabeza para pensar en ello. Estaba concentrada en buscar una forma de frenar todo lo que iba a pasar pero por más que lo intentaba no lograba llegar a ninguna solución, mucho menos estando sola ante todo lo que se avecinaba. Sola.



Joel había convencido a los chicos para ir a hacer una de las suyas. Rodrigo convocó un flamante trineo de color rojo y Nakor propuso hacer una guerra mágica de bolas de nieve.

-¡Venga ya, rajados! No queréis porque sabéis que os voy a ganar. Sois un par de gallinas explosivas. ¡Cook, cook, cokokokooog! –les picaba mientras metía las manos en las axilas y giraba alrededor de ellos.
-Joder, Nakor ¿quieres parar? No es que seamos unos cobardes… es sólo que ese juego es para críos. –le intentó convencer Rodrigo –Yo prefiero tirarme desde las laderas que están junto al lago termal ¡Es mucho más divertido!
-¡¡Cook, cokcokcokcook!! –siguió –Rajados, cobardes, miedicas, cagones ¡Cokcokcokcok…!
-Vale, vale. Jugaremos. Pero vámonos de una vez o se derretirá la maldita nieve –le cortó Joel, que ya se había puesto el abrigo y había guardado su varita en uno de los bolsillos.
-Os daré la paliza de vuestras vidas, chavales. –rió Nakor a carcajadas a la vez que pasaba sus brazos por los cuellos de sus amigos -¡Vámonos!

Rodrigo puso los ojos en blanco, pues sabía que si Joel se rendía, él no tenía otra salida que no fuera aceptar también. Siempre la misma historia…. Odiaba las guerras mágicas de bolas de nieve: eso de encantarlas para que siguieran sus “objetivos” hasta que logaran alcanzarlos para después estallar justo en la cara del que cogiera por delante no era algo que le hiciera gracia. En cambio deslizarse por laderas cubiertas de nieve tan empinadas que casi nadie –excepto él y Nakor- se atrevía a tirarse, era algo que le hacía reír, quizá a causa de la adrenalina que supuraba todo su cuerpo justo antes de darse impulso y sentir el aire helado en su cara. Y después estaba eso de parar, casi siempre algo imposible sin mojarse, gracias al cielo, con agua caliente del lago termal pues acababas frenando en la orilla. En fin… lo único que podía hacer era resignarse, pero lo que estaba claro es que ni Nakor ni Joel se librarían de tirarse por las laderas, aunque para ello tuviera que amarrarlos encima del trineo.



En la habitación de las chicas, Alejandra comenzaba a ponerse nerviosa. No podía dejar de pensar en la escena de esa misma mañana: Nakor rodeado de lechuzas. Cinco. Si por aquellas fechas tenía delante tantas, ¿qué sería de él la semana siguiente? No podía esperar tanto. Si lo iba a hacer, tenía que hacerlo ya.

-¿Creéis que debería mandarle una lechuza? –le preguntó a sus amigas.
-Sinceramente, no lo sé Ale. ¿Te gusta lo suficiente como para arriesgarte a pesar de saber que él y Catalina….
-¡Calla Gabi! No quiero ni oír hablar de eso… -Alejandra había perdido la sonrisa de repente –Creo que tienes razón. No debería hacerlo. Debería olvidarme de él de una maldita vez.
-Tranquila Ale, eres una chica genial. Seguramente podrías invitar a quién quisieras. –dijo Carla para animarla –Si quieres hacerlo, ¿por qué no lo haces y punto?
-No. No quiero que me rechace.
-No creo que eso suceda, pero si no quieres arriesgarte, ¿por qué no vas con otro…? ¿Qué tal… Mario? Últimamente sois muy buenos amigos. A él no le importaría ir contigo, es más, creo que pasaríais un buen rato. –le aconsejó Carla –Si no tienes a nadie más en mente, creo que no sería mala idea.
-Ya. No estaría mal ir con él. Total, si no voy con Nakor ¿qué más da con quién vaya? –respondió algo más animada – Pero… ¿Y vosotras? ¿Habéis pensado con quién queréis ir?
-¡Buf! A mí me gustaría ir con Andrés. Así que esta tarde le mandaré mi lechuza. ¡Deseadme suerte! –soltó emocionada Gabriela.
-Bueno… yo pensaba ir con Ángel, pero ya has visto como estaba esta mañana. No entiendo qué le pasa. Ni siquiera habla conmigo, así que dudo que quiera ir al baile siendo mi acompañante. Creo que debería hablar con él –les contó Carla.
-Deberías, si. –le dijo Gabriela frunciendo el ceño –Es extraño que se comporte así, sobre todo cuando no le has dado motivos para eso, ¿verdad?
-¡Claro que no! Ya lo sabes. Iré a hablar con él ahora, voy a buscarle.
-¡Eso! –dijeron sus amigas a la vez.

Se puso un abrigo y una bufanda y salió de la habitación decidida a encontrarle. Fue difícil pero tras mirar en la Zona Común, en la biblioteca, en el Salón y en todos los pasillos que le cogían de camino, decidió ir a los vestuarios del campo de quidditch… y allí estaba. Montado en su escoba incluso con aquel frío. No estaba entrenando, más bien parecía… furioso. Daba vueltas sin parar volando alrededor del campo lo más veloz que podía, con las mejillas arreboladas, ardiendo a causa del intenso frío, con los ojos inundados de lágrimas por la velocidad y con la ropa mojada por culpa de los retales de la nieve que ya no caía desde hacía más poco más de dos horas. Al parecer no se había ido del campo después del entrenamiento.

-¡Ángel! ¿Podemos hablar? –le gritó cuando pasó por segunda vez a su lado. Pero no contestó –Ángel, es importante, por favor. ¡Ángel!
-¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado? –respondió sin decelerar.
-Sabes que debemos hacerlo.
Claro que lo sabía. Era necesario, debían hablar antes de que todo se fuera al traste. No quería estropear lo que tenían, la quería. Paró.
-Tú dirás.
-¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado conmigo? –soltó Carla lo más rápido que pudo para no arrepentirse –Esta mañana después del entrenamiento te fuiste y…
-¿Enfadado? ¿Crees que estoy enfadado contigo?
-Sí. Lo estás. Y lo peor de todo es que no tengo ni idea de por qué estás así.
-No estoy enfadado contigo Carla –le dijo el chico con la escoba en la mano y el pelo empapado chorreándole en la cara.
-¿Entonces? ¿Qué ocurre? –estaba perpleja.
-No estoy enfadado contigo, estoy enfadado conmigo. Porque soy un maldito cobarde.
- Yo no creo que seas…
-Sí, soy un cobarde porque no soy capaz de poner en su lugar a ese maldito de Rodrigo.

Carla se había perdido. No sabía a qué venía eso. A qué venía meter a Rodrigo en esta conversación. ¿Qué pasaba con él?

-Rodrigo… Ángel, te equivocas. Rodrigo no tiene nada que ver en esto. Él es…
-Es un imbécil, y claro que tiene que ver. He visto como te mira, cómo busca darte celos, como pretende separarte de mí. No estoy ciego Carla. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que a ti te pasa lo mismo. Tu mirada… tus ojos cambian de color cuando le miras. Sientes celos de Julia y si lo he notado yo, no quiero ni imaginar quién más lo sabrá. Sé que sales por las noches, a escondidas…
-¡¡No lo puedo creer!! ¡Me has seguido! –le escupió asombrada, casi histérica.
-Tranquila, no te he seguido. No quiero saber lo que haces a esas horas fuera del castillo arriesgando tu permanencia en la escuela. –respondió agarrándose el pecho como si algo dentro de él se estuviera rompiendo y sólo sujetándolo pudiera permanecer en su sitio –Pero debe ser muy importante.
-Ángel, yo…
-No, no me toques. –se retiró deshaciéndose de la mano que Carla le había puesto en el hombro –No me tengas pena. No podría soportarlo.

Ambos se miraron por un instante sujetando sus miradas. Ella conmovida por su sinceridad y su sufrimiento. Él intentando buscar algo dentro de sus ojos verdes que le dijeran, que todo aquello que en su interior sabía, era mentira. No encontró nada. Bueno, algo sí encontró: lágrimas desbordadas abriéndose paso por sus mejillas. Ángel asintió una sola vez y salió por el vestuario corriendo hacia el castillo, dejando a Carla llorar a solas.



Andreios nunca dejaba cabos sueltos y por eso era el encargado de llevar a cabo el plan. Pensamientos. Recuerdos. Rincones donde se reúnen pedacitos de una vida cualquiera…. Recuerdos.

-La única forma de saber dónde está es encontrar el lugar donde todos descansan. Obtener de ellos su más preciada herramienta y buscar el recipiente donde todo se une y se ve. Ese que solo puede ser utilizado por su descendiente, el mismo que está protegido por la gema verde.
-Si….
-Pero solo puede ser obtenido cuando la décima luna llore alegre.
-¿Qué significa eso? La décima luna que llore alegre… ¿Qué es eso?
-Solo cuando llore alegre….
-¡Ishbila! ¿¿Qué significa??
-¿Eh? ¿El qué? ¿Qué dice?
-La luna, desvélame qué significa o te arrepentirás ¡lo juro!
-No sé de qué está hablando, de verdad.

La mujer miró hacia una esquina de la sala de donde, de vez en cuando, algunos susurros llegaban hasta el lugar en el que estaba amarrada a una silla con un par de maleficios de cuerdas rojas que daban descargas eléctricas y que salían de la varita de uno de los que se ocultaba en las sombras. Lo único que se veía en la habitación era ella, un rayo de luz la iluminaba convirtiéndola en el objetivo de todo lo que se pensaba, se decía o se hacía en la estancia. Ishbila temblaba de pies a cabeza ante la oscura mirada del hombre que tenía enfrente, al único al que podía ver. Sus ojos destilaban un odio que pocas veces había visto y le decían que la necesitaba –aún-, pero a la vez la siniestra sonrisa que se dibujaba en sus labios la hacían pensar que no saldría viva de aquel lugar.

- Refrescadle la memoria a esta maldita adivina…

lunes, 15 de diciembre de 2008

Blanco despertar






La mañana despertaba blanca y navideña. La incesante nevada proseguía después de una pequeña pausa que sólo dejaba ver el foso lleno de agua helada que rodeaba la fortaleza de Salmanfortis, más allá de eso, la visión de los terrenos se confundía con la húmeda niebla que había hecho aparición en el descanso dado por la blanca nieve.
El frío podía olerse... la nieve se sentía en el rostro cuando te montabas en la escoba para volar a primera hora en las sesiones de entrenamiento. El quidditch podía resultar duro al llegar el invierno, pero nadie se quejaba de las órdenes de Ángel cuando decidía quedarse a pesar de la intensa nevada que comenzaba a caer de nuevo.

Después de dos horas, Mario empezaba a quejarse por los continuos estornudos que apenas le dejaban ver los aros de gol.


-Creo que he cogido una pulmonía -tosió - ¿No crees que deberíamos parar ya? -le soltó a Ángel cansado de tener que soportar el agua congelada que empapaba su ropa y le calaba los huesos.
-Está bien. ¡Por hoy hemos terminado! -gritó al aire y volvió volando a los vestuarios sin esperar a Carla.
-¿Qué diablos le pasa? -le preguntó Alejandra aún con la boca abierta con la sensación de haberse perdido algo.
-Vete tú a saber... -contestó Carla y siguió el camino de Ángel hacia los vestuarios seguida por Alejandra.


El castillo ebullía con la nueva estación a medida que se acercaba la fecha del Baile de Navidad. Era tradición en Salmanfortis que para la fiesta, las chicas pidieran a los chicos ser su acompañante mediante una nota enviada con su lechuza, así que no era extraño que ya algunas de ellas se agolparan en el Gran Salón alrededor de los chicos más populares de la escuela.
Adell, un Oso con reputación de Apolo entre las chicas que aún no habían "disfrutado" de él -y las peores opiniones de las que ya habían pasado por sus brazos- desayunaba bollitos de azúcar apartando a manotazos a una legión de lechuzas de todos los tamaños y colores mientras sonreía satisfecho a una jauría de adolescentes que miraban embelesadas entre suspiros desde sus mesas cúal de las lechuzas era la afortunada elegida -y con ella, la más afortunada de las chicas- imaginando cómo sería el gran día al lado del dios griego.
Rull, el capitán del equipo de quidditch de los Delfines había cogido la nota de una lechuza parda de ojos amarillos a la vez que una tal Valeria saltaba de alegría en la mesa de los Halcones. El chico sonrió satisfecho.
En la mesa de los Lobos cinco lechuzas se agolpaban alrededor de Rodrigo, Joel y Nakor con insoportables graznidos que se escuchaban hasta en la Gran Escalera de Piedra. Gabriela, Alejandra y Carla acababan de entrar en el Salón para comer algo tras el entrenamiento cuando vieron el alboroto: las lechuzas desplegaban sus alas y picaban a las demás por ser las primeras en llegar hasta ellos. Desde las mesas los alumnos de las diferentes casas observaban como Joel intentaba zafarse de ellas sin demasiado éxito a la vez que Nakor reía sin descanso.


-Tranquilo hombre, relájate y zampa algo antes de que sea la hora de volver a la Zona Común. ¡Por fin sábado! -le espetó mientras se reclinaba hacia atrás con las manos sobre la nuca simulando estar sentado en un sillón del mismísimo Clan de los Valientes.
-No sería más fácil escoger alguna antes de que se cabreen de verdad y nos piquen los ojos? -respondió Joel algo nervioso.
-Que tú no quieras ir al baile con una chica decente no significa que nosotros tengamos que conformarnos con la primera que nos lo pida ¿no? -le soltó Rodrigo impaciente mirando al techo del Salón esperando que alguna de las lechuzas que iban entrando se parara delante de él- Por cierto, ¿te lo ha pedido alguien? Quiero decir... ¿no irás con una chica, verdad?
-¿Con una... chica? -Joel imaginaba el camino de las palabras de Rodrigo. ¿No era más fácil preguntar simplemente "irás con un chico"?- pues...
-No puedo creer que te lo pienses. -susurró Nakor mirándole de soslayo- A ver Joel, si quieres ir con un chico, ¿qué problema hay? Bueno, si, hay uno... -dijo aún más bajo y mucho más serio.
-¿Problema? -genial, problemas con mis amigos... lo sabía.
-El problema de cuál de los dos debería pedirle al otro que fuera su pareja de baile a juzgar por las costumbres de la escuela. Es decir ¿quién debería tomar la iniciativa? En estos temas estoy pez -soltó con una risita de suficiencia mientras miraba por todas las mesas en busca de alguna víctima con quien emparentar a Joel para el baile.


Las lechuzas impacientes comenzaron a coger sobras del plato de Nakor y una de ellas le picó en la mano derecha para intentar coger un trozo de su tostada.


-¡Augh! ¡Marchaos de aquí bichos! ¡No elegiré a ninguna de vosotras! ¡¡Largo!! -les gritó dando manotazos para espantarlas y después de que alzaran el vuelo se llevó el dedo a la boca para cortar la sangre de la herida.
-¿Eres tonto o qué? ¿Por qué no eliges a una tú que puedes? -preguntó atónito un chico con gafas y aparatos en los dientes que se sentaba al lado de Rodrigo y que no se había perdido detalle de lo sucedido con las lechuzas... como el resto de los alumnos, claro.
-¿Te has preguntado que puede que sea porque no quiero ir con ninguna de las dueñas de esas lechuzas? -contestó chasqueando la lengua molesto por las preguntas de aquel chaval y mucho más ante el hecho de que la chica con la que deseaba ir no le hubiera mandado su lechuza, aún.
Cada día recordaba las palabras atropelladas que salían de la boca de una Ishbila en trance, y cada día sonreía en su interior cuando alguna parte de su plan salía a pedir de boca. Todo iba según lo previsto. Ya sólo faltaban un par de semanas para que todo eso diera su fruto, para que sus deseos se vieran culminados con algunos recuerdos lo suficientemente importantes como para hacer algo tan absurdo y peligroso que sólo una persona como ella podría llevar a cabo. Sabía que ella corría peligro en todo este asunto, pero si salía bien sería recompensada con creces y él también. En ocasiones lamentaba tener que hacerlo de esta manera, pero era inevitable hacer ese sacrificio... ¿qué importaba la vida de un único alumno si conseguía lo que más deseaba?