viernes, 26 de diciembre de 2008

Planes Ocultos



-¡Me… haces daño! –gruñó más molesta por la situación que por el hecho de que él le estuviera sujetando los brazos, ahora con menos fuerza.

Tomás lo pensó por un momento –en el que sus sentidos lograron hacerle concentrarse, solo un segundo- y decidió soltarla. Era mejor tener a esa hermosa criatura de su parte. Jamás se había dado cuenta de su belleza hasta que la tuvo tan cerca. Peligroso.

-Lo siento, no sé que estaba pensando. Bueno sí, ese es el problema, que ahora sé en qué estaba pensando.
-¿Ah, sí? Ilústrame… -contestó ella frotándose los brazos amoratados.
-¿No te das cuenta? Pues es muy fácil…
-Sin rodeos, ¿a qué te refieres?
-Vamos a ver… Carla, ¿no? Ajá. A ti te interesa Rodrigo, ¿verdad?
-Rodrigo… no sé de qué…
-No disimules, no hace falta. Sé que estás enamorada de él. Y tú ya sabes que a mí me pasa lo mismo con Julia.
-¿En qué estás pensando?
-Simple. Debemos unirnos para que ellos acaben con esa estúpida relación que no tiene ni pies ni cabeza. Yo sé que ella me quiere a mí… lo que no puedo entender….
-¿…Es el por qué está con Rodrigo?
-¡Exacto! Creo que es una obsesión o algo así. Me dijo… y que esto no salga de aquí o me matará, que no podía dejarle. Algo o alguien le está obligando a comportarse así.
-La verdad es que ninguno de los dos parece feliz. Y es precisamente eso lo que no puedo soportar, que Rodrigo sea desdichado, sea con quien sea.
-…Y aquí es donde entramos nosotros –le sugirió él.
-¿Nosotros?
-Eso es. Debemos hacerles creer que tú y yo estamos… juntos. Es la única manera que se me ocurre para que los celos jueguen a nuestro favor. Si de verdad se lo creen, y no será nada fácil, ambos terminarán con esa farsa. Y entonces los dos tendremos lo que queremos: tú a ese imbécil y yo a Julia.
-¡Oye! Cuidado con lo que dices. Aunque en el resto tienes razón. Es la única manera de hacer que se den cuenta del error que comenten al estar juntos. A ver, ¿cuál es el primer paso?
-Podríamos empezar con nuestro plan en el baile ¿qué te parece?
-No pensaba ir.
-¡Claro que irás! Iremos juntos –dijo Tomás con una sonrisa de oreja a oreja nada lícita.
-¿Juntos? ¿¿Tú y yo?? –respondió ella con la boca abierta.
-Ni más, ni menos. Me enviarás tu lechuza esta misma tarde, que llegue al Salón justamente a la hora de la merienda. Debemos asegurarnos que tanto Rodrigo como Julia ven que elijo tu invitación, ¿entiendes? Es muy importante.
-Entiendo… pero….
-Nada de “peros” . Esta tarde, a la hora de la merienda.

Después de mirar hacia ambos lados, Tomás se escabulló por el pasillo girando en la esquina para perderse de vista. Carla hizo lo mismo: miró cada rincón y cada puerta cerrada antes de irse corriendo hacia la Zona Común de los Linces dispuesta a contarles todo a sus amigas.



De vez en cuando pensaba en su maldita inseguridad. Le apenaba no ser lo suficientemente valiente como para hacer lo que realmente deseaba. A menudo soñaba con ser como los demás chicos, pero eso no sucedería jamás. Él era diferente. Nunca en su vida había deseado estar con ninguna chica y no le parecía extraño: le gustaban los chicos ¿Qué había de extraño en eso? Había pasado por situaciones incómodas antes de aceptar lo que ahora era su realidad… había tenido novias, claro, pero en ninguna de esas cortas relaciones había sentido nada por ellas. Pobres… ¿Pero qué podía hacer? No podía negarse por más tiempo que aquel chico le atraía. Y era una monumental gilipollez albergar esperanzas, pero las tenía. Sentado en un desvencijado sillón de cuero frente a la chimenea pensaba que tal vez (sólo tal vez) ese chico fuera como él. Y por alguna extraña razón todo su cuerpo respondía a ese pensamiento… quizá más de lo que debería responder. En esos momentos intentaba no pensar cómo sería que toda la escuela supiera su secreto, estar a su lado y que todo fuera bien, acariciarle, besarle, dejarse hacer. ¿Acaso era tan terrible? Sin duda no podía serlo mucho más de lo que ya lo era. Terrible estar esperándole, terrible saber que está ahí, y más terrible aún no poder decir ni hacer nada por miedo a su reacción. Desesperadamente terrible.


-Iré solo.



Gabriela se había quedado en la habitación pensando qué hacer mientras interpretaba las cartas. Le dio pocas vueltas. Estaba claro lo que haría.


-Iré a la lechucería e invitaré a Andrés. Todo irá bien. La invitación debe ser especial –se dijo sonriendo mientras cogía pluma y tinta para escribirla.


Después volvió a mirar las cartas que aún estaban sobre la mesa, a su lado y frunció el ceño, algo le preocupaba, y no era para menos… Tendría que estar alerta ese día, pues si alguien con el valor para enfrentarse a su destino la necesitaba, debía ayudar en lo que pudiera.



Al final decidió ir al baile. Sería más fácil controlarlo todo estando entre la gente mientras vigilaba la entrada de los que entrarían en la escuela esa misma noche. No tenía otra alternativa que ayudarles a entrar… pero no podía decir lo mismo de salir. Nadie le había dicho que les debía proporcionar los medios para la huída. Y en esa brecha en las órdenes había decidido hacer lo correcto, pero definitivamente necesitaría ayuda. Se levantó de la silla de la biblioteca y fue directamente a la habitación, donde su lechuza descansaba después de haber traído las órdenes de lo que debía hacer, y la despertó suavemente acariciándole la cabeza.


-Preciosa, tienes que ayudarme. Es importante –le susurró.


Ella le explicó el lugar al que debía llevar la invitación y le dijo su nombre. El animal pareció entender y mientras le ataba el sobre a la pata volvió a decirle lo mismo: Tienes que ayudarme… En ese instante, salió volando por la ventana y se perdió en un instante de su mirada en el azul.



A las seis en punto y con el Salón a reventar, la lechuza de Carla apareció por una de las altas ventanas planeando sobre la mesa en la que Tomás se sentaba. Los chicos que estaban a los lados miraron hacia el techo para ver a dónde se dirigía la pequeña criatura ansiosos de que la invitación que llevaba en su diminuta pata estuviera destinada a ellos, pero no fue así. El animal aterrizó con elegancia sorteando todos los platos que se situaban en frente del chico y cuando se hubo asegurado que todo estaba en su lugar mirando la mesa con sus ojos dorados, alzó la pata, y con ella el sobre que venía a entregar. Él sonrió y desató con cuidado la invitación que llegaba justo a tiempo, pues en ese preciso instante, aparecieron los tres: Rodrigo seguido de Julia que le hablaba de algo bastante emocionada, y detrás de ellos Carla, que a juzgar por los susurros y la mano tapando su boca, estaba contándole algo a sus amigas tan bajito que casi no se enteraban de nada. El plan había funcionado, pues tanto Rodrigo como Julia se habían parado en seco para admirar la escena en la que Tomás cogía la invitación de Carla.


-No puede ser… -susurró Rodrigo entre dientes pues conocía bien a ese bello animal.
-Increíble. –contestó Julia casi al mismo tiempo en voz baja.


Era el momento de entrar en acción. Carla se adelantó a las chicas y pasó por el lado de los tortolitos guiñándole un ojo a Tomás, que le envió un beso desde la mesa y se guardó la invitación en el bolsillo del pantalón. Justo detrás, Gabriela y Alejandra no daban crédito a lo que veían, pues Carla no había tenido tiempo de contarles todo lo sucedido, y el plan que ella y Tomás estaban empezando a tejer, pero a pesar de sus caras, todo estaba saliendo según lo previsto. Al menos de momento.



Menos mal que toda la escuela los conocía, porque de no ser así pensarían que estaban peleando. Pero lo que en realidad hacían era discutir por los pasillos sobre las tácticas empleadas por los equipos de la liga internacional de quidditch.


-Estás loco, ¿lo sabías? ¡Eso no tiene nada que ver! Allué es el mejor capitán de todos digas lo que digas –gritaba Nakor al pasar.
-Ni hablar, Adam es el mejor. Los Leones Voladores no han perdido ningún partido en toda la temporada. Los Rayos no pueden decir lo mismo, ¿a que no?
-¡Bah! Tonterías. Los Rayos son los amos. ¡¡Ganarán la Copa!! –aullaba eufórico alzando los brazos y mirando al techo, mostrando una sonrisa reluciente.
-De ilusiones también se vive, chaval –se mofaba Ángel mientras convocaba un gran león que volaba alrededor de Nakor.
-¡Haz que pare! –Nakor cogió su varita y convocó un rayo dorado que simuló chamuscar al león, que desapareció al instante.
-¡Perdedor! ¿Qué te apuestas a que no ganan Los Rayos? A ver, ¿no eres tan valiente? Apuéstate algo, si te atreves.
-¡Pfff! ¿Cobarde yo? Veamos… podemos apostarnos unos cuantos Reales Mágicos ¿te parece? –retó el Lobo.
-¿Reales…? Yo no…
-Bueno, si no tienes dinero… podríamos apostarnos algo mejor. El que gane le pedirá al que pierda algo que tenga de gran valor. ¿Estás de acuerdo?
-Completamente –dijo el Lince que ya sabía lo que quería de Nakor y sonrió entre dientes ante la idea de obtener esa brújula de la que había oído hablar. Sabía que Los Leones Voladores ganarían la liga, estaba seguro.
-Genial, así quedamos. Bueno tío, nos vemos en el Salón. Tengo que irme. ¡Hasta luego! –le respondió Nakor que tenía la misma certeza que Ángel de que Los Rayos serían los ganadores.


En ese instante, y cuando todavía Nakor no había doblado esquina más cercana, una lechuza, la más pequeña y graciosa que había visto, se posó en el suelo justo delante de Ángel y se miró la pata donde estaba atada la invitación al baile. El chico la cogió seguro de que esa pequeña criatura sería de Carla –ya que nunca la había visto, ¿pero de quién más podía ser?- y por lo tanto, había recapacitado después de la conversación del campo de quidditch y había decidido invitarle al baile para hacer las paces. Lo que no podía imaginar, era que ese sobre no iba destinado a él… se dio cuenta cuando abrió el pequeño sobrecito y no reconoció la letra: No pensaba ir, pero ya que al parecer no tengo más remedio y dado que creo que aún no te lo han pedido, ¿Querrías ir conmigo al baile?
Estaba asombrado, pero ya no podía hacer nada pues había aceptado la invitación al cogerla. Tendría que ir con la anónima dueña de aquella preciosa lechuza.


-No sé quién es tu dueña, pero dile que acepto –le dijo serio con la nota en la mano.
El animal entendió y alzó el vuelo de nuevo, dejando a Ángel entre asombrado y asustado por la reacción de Carla, y por no saber de quién iría acompañado.
-No sé por qué, pero me da la impresión que estoy metido en un buen lio… -susurró para sí mismo mientras veía cómo la lechucita se perdía por la ventana.



Si a pocas horas de la fiesta aún no había recibido su lechuza, significaba que ella no pretendía ir al baile.


-¡Eh, Joel! ¿Con quién irás al baile?
-Pff… con nadie Nakor. Iré solo –le respondió Joel con cara triste.
-¡Estupendo! Iremos los dos juntos. ¡No me mires así! No quiero ligar contigo, hombre, pero no pretenderás que alguien como yo vaya solo al baile de Navidad, ¿no? Soy un caramelito entre tanta gata suelta –soltó riendo ante la cara de Joel, que parecía aterrado ante la escena.
-Bueno… al menos no tendré que ir con una chica –sonrió Joel a la vez.
-Ya veremos qué pasa en el baile, chaval –y eso parecía más una promesa que otra cosa. Sobre todo ante la mirada perversa del Lobo más travieso que había pasado por Salmanfotis.

No hay comentarios: