jueves, 18 de diciembre de 2008

Cuando la décima Luna llore alegre....





Domingo. Otra semana más. Cada día estaba más cerca el momento que tanto temía, ya apenas quedaban un par de semanas antes del baile. El baile… Acababa de caer en la cuenta de que aún no había invitado a nadie, pero lo cierto es que no tenía cabeza para pensar en ello. Estaba concentrada en buscar una forma de frenar todo lo que iba a pasar pero por más que lo intentaba no lograba llegar a ninguna solución, mucho menos estando sola ante todo lo que se avecinaba. Sola.



Joel había convencido a los chicos para ir a hacer una de las suyas. Rodrigo convocó un flamante trineo de color rojo y Nakor propuso hacer una guerra mágica de bolas de nieve.

-¡Venga ya, rajados! No queréis porque sabéis que os voy a ganar. Sois un par de gallinas explosivas. ¡Cook, cook, cokokokooog! –les picaba mientras metía las manos en las axilas y giraba alrededor de ellos.
-Joder, Nakor ¿quieres parar? No es que seamos unos cobardes… es sólo que ese juego es para críos. –le intentó convencer Rodrigo –Yo prefiero tirarme desde las laderas que están junto al lago termal ¡Es mucho más divertido!
-¡¡Cook, cokcokcokcook!! –siguió –Rajados, cobardes, miedicas, cagones ¡Cokcokcokcok…!
-Vale, vale. Jugaremos. Pero vámonos de una vez o se derretirá la maldita nieve –le cortó Joel, que ya se había puesto el abrigo y había guardado su varita en uno de los bolsillos.
-Os daré la paliza de vuestras vidas, chavales. –rió Nakor a carcajadas a la vez que pasaba sus brazos por los cuellos de sus amigos -¡Vámonos!

Rodrigo puso los ojos en blanco, pues sabía que si Joel se rendía, él no tenía otra salida que no fuera aceptar también. Siempre la misma historia…. Odiaba las guerras mágicas de bolas de nieve: eso de encantarlas para que siguieran sus “objetivos” hasta que logaran alcanzarlos para después estallar justo en la cara del que cogiera por delante no era algo que le hiciera gracia. En cambio deslizarse por laderas cubiertas de nieve tan empinadas que casi nadie –excepto él y Nakor- se atrevía a tirarse, era algo que le hacía reír, quizá a causa de la adrenalina que supuraba todo su cuerpo justo antes de darse impulso y sentir el aire helado en su cara. Y después estaba eso de parar, casi siempre algo imposible sin mojarse, gracias al cielo, con agua caliente del lago termal pues acababas frenando en la orilla. En fin… lo único que podía hacer era resignarse, pero lo que estaba claro es que ni Nakor ni Joel se librarían de tirarse por las laderas, aunque para ello tuviera que amarrarlos encima del trineo.



En la habitación de las chicas, Alejandra comenzaba a ponerse nerviosa. No podía dejar de pensar en la escena de esa misma mañana: Nakor rodeado de lechuzas. Cinco. Si por aquellas fechas tenía delante tantas, ¿qué sería de él la semana siguiente? No podía esperar tanto. Si lo iba a hacer, tenía que hacerlo ya.

-¿Creéis que debería mandarle una lechuza? –le preguntó a sus amigas.
-Sinceramente, no lo sé Ale. ¿Te gusta lo suficiente como para arriesgarte a pesar de saber que él y Catalina….
-¡Calla Gabi! No quiero ni oír hablar de eso… -Alejandra había perdido la sonrisa de repente –Creo que tienes razón. No debería hacerlo. Debería olvidarme de él de una maldita vez.
-Tranquila Ale, eres una chica genial. Seguramente podrías invitar a quién quisieras. –dijo Carla para animarla –Si quieres hacerlo, ¿por qué no lo haces y punto?
-No. No quiero que me rechace.
-No creo que eso suceda, pero si no quieres arriesgarte, ¿por qué no vas con otro…? ¿Qué tal… Mario? Últimamente sois muy buenos amigos. A él no le importaría ir contigo, es más, creo que pasaríais un buen rato. –le aconsejó Carla –Si no tienes a nadie más en mente, creo que no sería mala idea.
-Ya. No estaría mal ir con él. Total, si no voy con Nakor ¿qué más da con quién vaya? –respondió algo más animada – Pero… ¿Y vosotras? ¿Habéis pensado con quién queréis ir?
-¡Buf! A mí me gustaría ir con Andrés. Así que esta tarde le mandaré mi lechuza. ¡Deseadme suerte! –soltó emocionada Gabriela.
-Bueno… yo pensaba ir con Ángel, pero ya has visto como estaba esta mañana. No entiendo qué le pasa. Ni siquiera habla conmigo, así que dudo que quiera ir al baile siendo mi acompañante. Creo que debería hablar con él –les contó Carla.
-Deberías, si. –le dijo Gabriela frunciendo el ceño –Es extraño que se comporte así, sobre todo cuando no le has dado motivos para eso, ¿verdad?
-¡Claro que no! Ya lo sabes. Iré a hablar con él ahora, voy a buscarle.
-¡Eso! –dijeron sus amigas a la vez.

Se puso un abrigo y una bufanda y salió de la habitación decidida a encontrarle. Fue difícil pero tras mirar en la Zona Común, en la biblioteca, en el Salón y en todos los pasillos que le cogían de camino, decidió ir a los vestuarios del campo de quidditch… y allí estaba. Montado en su escoba incluso con aquel frío. No estaba entrenando, más bien parecía… furioso. Daba vueltas sin parar volando alrededor del campo lo más veloz que podía, con las mejillas arreboladas, ardiendo a causa del intenso frío, con los ojos inundados de lágrimas por la velocidad y con la ropa mojada por culpa de los retales de la nieve que ya no caía desde hacía más poco más de dos horas. Al parecer no se había ido del campo después del entrenamiento.

-¡Ángel! ¿Podemos hablar? –le gritó cuando pasó por segunda vez a su lado. Pero no contestó –Ángel, es importante, por favor. ¡Ángel!
-¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado? –respondió sin decelerar.
-Sabes que debemos hacerlo.
Claro que lo sabía. Era necesario, debían hablar antes de que todo se fuera al traste. No quería estropear lo que tenían, la quería. Paró.
-Tú dirás.
-¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado conmigo? –soltó Carla lo más rápido que pudo para no arrepentirse –Esta mañana después del entrenamiento te fuiste y…
-¿Enfadado? ¿Crees que estoy enfadado contigo?
-Sí. Lo estás. Y lo peor de todo es que no tengo ni idea de por qué estás así.
-No estoy enfadado contigo Carla –le dijo el chico con la escoba en la mano y el pelo empapado chorreándole en la cara.
-¿Entonces? ¿Qué ocurre? –estaba perpleja.
-No estoy enfadado contigo, estoy enfadado conmigo. Porque soy un maldito cobarde.
- Yo no creo que seas…
-Sí, soy un cobarde porque no soy capaz de poner en su lugar a ese maldito de Rodrigo.

Carla se había perdido. No sabía a qué venía eso. A qué venía meter a Rodrigo en esta conversación. ¿Qué pasaba con él?

-Rodrigo… Ángel, te equivocas. Rodrigo no tiene nada que ver en esto. Él es…
-Es un imbécil, y claro que tiene que ver. He visto como te mira, cómo busca darte celos, como pretende separarte de mí. No estoy ciego Carla. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que a ti te pasa lo mismo. Tu mirada… tus ojos cambian de color cuando le miras. Sientes celos de Julia y si lo he notado yo, no quiero ni imaginar quién más lo sabrá. Sé que sales por las noches, a escondidas…
-¡¡No lo puedo creer!! ¡Me has seguido! –le escupió asombrada, casi histérica.
-Tranquila, no te he seguido. No quiero saber lo que haces a esas horas fuera del castillo arriesgando tu permanencia en la escuela. –respondió agarrándose el pecho como si algo dentro de él se estuviera rompiendo y sólo sujetándolo pudiera permanecer en su sitio –Pero debe ser muy importante.
-Ángel, yo…
-No, no me toques. –se retiró deshaciéndose de la mano que Carla le había puesto en el hombro –No me tengas pena. No podría soportarlo.

Ambos se miraron por un instante sujetando sus miradas. Ella conmovida por su sinceridad y su sufrimiento. Él intentando buscar algo dentro de sus ojos verdes que le dijeran, que todo aquello que en su interior sabía, era mentira. No encontró nada. Bueno, algo sí encontró: lágrimas desbordadas abriéndose paso por sus mejillas. Ángel asintió una sola vez y salió por el vestuario corriendo hacia el castillo, dejando a Carla llorar a solas.



Andreios nunca dejaba cabos sueltos y por eso era el encargado de llevar a cabo el plan. Pensamientos. Recuerdos. Rincones donde se reúnen pedacitos de una vida cualquiera…. Recuerdos.

-La única forma de saber dónde está es encontrar el lugar donde todos descansan. Obtener de ellos su más preciada herramienta y buscar el recipiente donde todo se une y se ve. Ese que solo puede ser utilizado por su descendiente, el mismo que está protegido por la gema verde.
-Si….
-Pero solo puede ser obtenido cuando la décima luna llore alegre.
-¿Qué significa eso? La décima luna que llore alegre… ¿Qué es eso?
-Solo cuando llore alegre….
-¡Ishbila! ¿¿Qué significa??
-¿Eh? ¿El qué? ¿Qué dice?
-La luna, desvélame qué significa o te arrepentirás ¡lo juro!
-No sé de qué está hablando, de verdad.

La mujer miró hacia una esquina de la sala de donde, de vez en cuando, algunos susurros llegaban hasta el lugar en el que estaba amarrada a una silla con un par de maleficios de cuerdas rojas que daban descargas eléctricas y que salían de la varita de uno de los que se ocultaba en las sombras. Lo único que se veía en la habitación era ella, un rayo de luz la iluminaba convirtiéndola en el objetivo de todo lo que se pensaba, se decía o se hacía en la estancia. Ishbila temblaba de pies a cabeza ante la oscura mirada del hombre que tenía enfrente, al único al que podía ver. Sus ojos destilaban un odio que pocas veces había visto y le decían que la necesitaba –aún-, pero a la vez la siniestra sonrisa que se dibujaba en sus labios la hacían pensar que no saldría viva de aquel lugar.

- Refrescadle la memoria a esta maldita adivina…

No hay comentarios: